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Encontrando al Otro. Hacia una Antropología de los animales.
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[color=#FFA500]Fuente: Cap. 7 de Noske, Barbara. Beyond Boundaries. Humans and Animals. Black Rose Books, Montréal, (1989) 1997, pp. 161-174. Trad. Ana Cristina Ramírez Barreto (anacrb@zeus.umich.mx).
Publicado con permiso de Black Rose Books. En Anima Naturalis. http://www.animanaturalis.org/modules.php?..._632&page=1
Se permite la reproducción de los contenidos siempre y cuando se cite la fuente incluyendo un enlace al sitio web de AnimaNaturalis


Encontrando al Otro. Hacia una Antropología de los animales 2/4

Jean-Claude Armen (alias Auger) parece haber sido el único que ha sentado las preguntas que inmediatamente habrían venido a mi mente también. ¿Cómo pudo el niño tener éxito en volverse animal con los animales? ¿Cómo dos especies aprendieron a comunicarse una con la otra y a comprender los significados de la otra, considerando que nacieron con diferentes medios de comunicación?

Armen es el único que de hecho atestiguó tal sociedad animal-humano y que no hizo un esfuerzo por "salvar" al niño gacela y traerlo de regreso a la humanidad. Más aún, Armen tuvo mucho cuidado de proteger y ocultar al niño y sus gacelas de los sensacionalistas ojos humanos, incluyendo aquellos de los científicos.[28]

Hasta donde sé, es incluso el único autor que aprecia el milagro de su sociedad mutuamente constituida y sus códigos de comunicación, códigos que él mismo tuvo que usar para ganarse la confianza de ambos, del niño y de las gacelas.

En el primer contacto, tanto los animales como el niño corrieron y desaparecieron tras percibir el olor de Armen. Infructuosamente, Armen trató de establecer contacto durante muchos días. Finalmente, empezó a tocar su flauta y el niño comenzó a perder el miedo. El primero que se dirigió hacia él fue un cervatillo que lo olfateó y lamió sus manos. De pronto a Armen se le ocurrió que éste podía ser algún tipo de código que significaba reconocimiento y que podía imitar el gesto en respuesta. Lamió el lomo del cervatillo, al estilo gacela, con movimientos rápidos y delicados de su lengua. Esto produjo resultados. Una gacela hembra de gran tamaño se aproximó y el niño se acercó más. El niño sólo perdió el miedo hasta que el líder de la manada, un macho, hubo reconocido a Armen en un intercambio similar de olfateo y lamidas. Todo ello parecía algún tipo de protocolo.

El niño fue entonces hacia él y lo saludó al estilo de las gacelas. Armen respondió de la misma manera, pensando por un instante en lo ridículo que resultaría para los seres humanos el saludarse lamiéndose entre sí, pero superando rápidamente sus inhibiciones.[29]

Durante el tiempo que pasó en esta sociedad mixta gacela-humano, Armen notó muchos casos de mutua confirmación afectiva. Las gacelas olfateaban el pelo del niño, avanzaban sus morros entre el cabello e incluso lo tironeaban con sus dientes, sacudiendo suavemente sus cabezas. Armen notaba cada vez más que entre los animales existían ciertos murmullos y rumores y otros signos hechos con la cabeza, las pezuñas, las orejas y la cola, todo ello formando parte de lo que —él discernía— era todo un nuevo universo de códigos a ser descifrado.[30]

Al atardecer veía al niño recostarse bajo el cuello de una gacela hembra, grande y vieja, la cual parecía tener una particular predilección por el niño: casi no cesaban de frotarse nariz y morro entre sí ¿Sería esta hembra su antigua nodriza y madre adoptiva?[31]

Al igual que otros niños adoptados por animales, este chico actuaba en muchos sentidos como las gacelas con las que convivía. Olfateaba el aire estirando el cuello, siendo obviamente capaz de captar información de esta manera. También olfateaba los costados de las gacelas, varios tipos de frutos y vegetación, así como bolas de estiércol y rastros de orina. Tenía el hábito de crispar sus orejas y cuero cabelludo ante el más leve ruido, incluso mientras dormía.[32] Armen estimaba que rondaría los diez años de edad. El chico estaba desnudo y aparentemente sin afecciones por los severos cambios de temperatura del Sahara; incluso tenía tobillos desproporcionadamente gruesos. Podía correr muy rápido y mantenerse con las gacelas, desplazándose tanto cuadrúpeda como bípedamente.

Armen atribuyó a un antecedente biológico [biological background] el que pudiera caminar erguido. Pensó que el niño debió venir originalmente de entre los Nemadis, una tribu de nómadas conocidos por su habilidad para correr rápido. En la sociedad Nemadi los infantes caminan a muy temprana edad pero disfrutan de un largo período de lactancia. El chico pudo haber caminado erguido antes de dejar la sociedad humana y entrar a la vida de gacelas. (Pudo caer de su canasta de viaje colocada a un costado de un camello y ser acogido por esta manada de gacelas emigrantes, particularmente por una hembra que pudo haber perdido a su cervato prematuramente).[33]

El niño comía vegetales sin usar sus manos; pastaba y era obviamente un herbívoro como sus compañeras gacelas.[34] Usaba bastante su lengua. Armen una vez lo vio soltarse de una rama —a diferencia de las gacelas, él podía trepar— y aterrizar sobre un arbusto espinoso que lo dejó con muchas heridas hondas. Inmediatamente empezó a lamérselas y luego se dirigió hacia un depósito de arcilla al pie de un acantilado, lamió la arcilla y la esparció sobre sus heridas;[35] una forma de comportamiento instrumental, sin duda.

El niño no podía realizar algunos de los signos emitidos por las gacelas porque no poseía el equipo "lingüístico" adecuado. Por falta de cola y tener sus orejas cubiertas por el pelo, imitaba las señales de oreja de las gacelas con sus músculos faciales y algunos signos de la cola con movimientos de sus dedos.[36] Las gacelas parecían no tener problema en decodificar estos signos, los cuales mostraban que el niño y las gacelas habían construido su propio discurso.

Asimismo, Maclean se había preguntado acerca de los niños lobo y su equipo comunicativo o la falta del mismo: sin cola, sin glándulas caudales para marcar el territorio. Maclean concluye que debieron hablar algún tipo de "lengua franca lobuna".[37]

Paulatinamente, Armen se percató de varios mensajes codificados que intercambiaban las gacelas. En ocasiones, una gacela exploradora podía ser enviada (Armen se preguntaba por quién) a buscar vegetación comestible y este animal (usualmente era un macho) regresaba y daba información. Armen empezó a notar incontables señales diferentes codificadas en los pisoteos de las pezuñas, contorsiones del cuello, movimientos de cabeza, cola, orejas, cornamenta, muñecas y dedos (en el caso del niño). Armen incluso descubrió que determinado número de pisotones denotaban cierta distancia respecto a la ubicación del alimento.[38] (¿Podría ser que estos animales también poseyeran un lenguaje no icónico con la propiedad de desplazamiento, y podrían tener una no-nombrada, no-etiquetada noción de número?).

Usualmente los mensajes se dirigían al líder y entonces descendían por la jerarquía existente en la manada. El que el niño raramente tomase la iniciativa en estas señales codificadas podría atribuirse a la baja posición que ocupaba en aquel entonces. Cuando Armen visitó la manada por segunda vez un par de años más tarde, la madre gacela del niño había desaparecido (¿muerto?) y él había escalado a un rango inmediatamente inferior al del líder.

Armen descubrió varios mensajes codificados como aquellos relativos a la comida, al peligro y los depredadores y a la migración. Poco a poco se dio cuenta de que Rousseau estaba equivocado al creer que los animales ni viven en sociedad ni tienen lazos sociales. Esta sociedad gacela estaba construida con patrones sociales a los cuales todos los miembros, incluyendo al niño, debían adherirse. Los individuos tenían obligaciones y tenían que obedecer reglas sociales.[39]

En opinión del autor, el niño gacela estaba lejos de ser retrasado: su respuesta a su "medio" estaba siendo adecuada.

Hacia el final del libro, Armen nos da un análisis comparativo de las adquisiciones culturales y sensoriales del chico, algunas de las cuales pueden rastrearse hasta las gacelas, otras hasta sus orígenes humanos (como el caminar erguido) y otras más debieron ser inventadas por su propia iniciativa.[40]

También Malson ha argumentado que el sobrevivir en condiciones tan difíciles es en sí mismo un signo de normalidad.[41] Los niños adoptados por animales deben ser capaces de adquirir conocimiento así como de interpretar e imitar el comportamiento animal.

Al devenir uno con los animales, cruzando virtualmente la frontera entre las especies, estos seres humanos no sólo han encontrado al Otro, sino que casi se han convertido en el Otro. Y, a su vez, al aceptar a este ser extraño en su entorno, los animales adoptivos encuentran al Otro. En verdad, los niños adoptados por animales ejemplifican una relación animal-humano más que una humano-animal.

El grado al que la humanidad actualmente invade los habitats animales hace extremadamente raro que cualquier ser humano llegue nuevamente a "perderse" entre animales. Nuestro mundo futuro amenaza con estar bajo el control humano en vez de tener forma animal, con cemento en vez de junglas y desiertos.

Y todavía algunas personas encuentran, para su sorpresa, que la aculturación animal pueda ocurrir incluso en situaciones en donde se pretendía la aculturación humana. En 1931 los Kelloggs adoptaron a una chimpancé hembra de siete y medio meses de edad, diez meses después de que su hijo Donald naciera. Pretendían criar a ambos como niños humanos, pero no estaban preparados para afrontar las consecuencias: la educación chimpancé de Donald. Gua (a quien no se le enseñó ASL**) no sólo influenció a Donald de muchas maneras, incluso socializó a Donald en el estilo chimpancé. Él empezó a imitar los ruidos que hacía Gua al pedir comida y su silencioso mundo gestual tuvo un efecto inhibitorio en su adquisición del lenguaje humano (su primer palabra, significativamente, fue Gua). A pesar de que Gua comprendía de manera excelente las palabras, nunca aprendió el lenguaje oral. Tras nueve meses el experimento terminó: Gua fue puesta de nuevo en una jaula y Donald se convirtió en humano.[42]

El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer; ni el león al caballo cómo ha de atrapar su presa. (W. Blake)
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