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La Licantropía
#18


(...) El Persiles es el libro de caballerías de Cervantes. Durante mucho tiempo su autor debió recrearse con su invención. Ya en la primera parte de Don Quijote el canónigo hace el elogio de esta clase de libros cuyo «género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesia» y que, cuando están bien escritos, permiten que un buen ingenio se muestre en la plenitud de sus recursos. Allí puede dejar correr la pluma -dice el canónigo- «describiendo naufragios, tormentas, reencuentros y batallas». «Ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente, ya músico, ya inteligente en las materias de estado, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante si quisiere».

Y Cervantes no perdió la ocasión de mostrarse un poco nigromante en el Persiles. Si Don Quijote está libre de brujas, aquí las vemos ir y venir por el libro, hacer daño, volar y enamorarse.

Una, al parecer italiana, se lleva por los aires al bailarín Rutilio desde Roma hasta Noruega. De esta bruja no sabemos el nombre. «Estaba presa por fatucheríe, que en castellano se llaman hechiceras», pero andaba por la cárcel con toda libertad, con el pretexto de curar a la hija de la alcaldesa, «con hierbas y palabras», de una enfermedad que no le acertaban los médicos. La bruja se mete en la celda del bailarín y le promete la libertad si él consiente en hacerla su mujer. Es el mismo Rutilio quien cuenta la historia:

-«Esperé la noche, y en la mitad de su silencio llegó a mí y me dijo que asiese de la punta de una caña que me puso en la mano, diciéndome la siguiese. Turbéme un tanto. Pero como el interés era tan grande moví los pies para seguirla, y hallélos sin grillos y sin cadenas, y las puertas de toda la prisión de par en par abiertas, y los prisioneros y guardias en profundísimo sueño sepultados.

En saliendo a la calle -prosigue el bailarín- tendió en el suelo mi guiadera un manto, y mandóme que pusiese los pies en él, me dijo que tuviese buen ánimo, que por entonces dejase mis devociones».

(...) El bailarín Rutilio, embarcado en el manto volador, también desecha el consejo impío y se encomienda a todos los santos.

Cuatro horas o poco más dura el viaje en alfombra desde Italia hasta Noruega. En seguida de aterrizar, la mujer intenta dar rienda suelta a su pasión. Abraza a Rutilio, quien al querer apartarla la ve convertida en loba. Lleno de miedo, el hombre le clava el puñal en el pecho y la bruja, vuelta a su primitiva figura de mujer, queda tendida en el suelo, muerta y ensangrentada.

¿Con qué viejas historias volvía a reconstruir Cervantes ésta del Persiles? Ya en el Satiricón, la novela romana del siglo I, atribuida a Petronio, se cuenta la historia de un soldado convertido en lobo que, después de ser herido por un esclavo, recupera su forma humana pero continúa sangrando por la herida. También Meris se convierte en lobo en la égloga VIII de Virgilio.

Cervantes recoge la creencia en los lobisones, común a todos los pueblos primitivos.

Un habitante de Noruega, que escucha la historia de Rutilio, le informa que de tales hechiceras «hay mucha abundancia en estas septentrionales partes».

«Cuéntase dellas -explica el noruego- que se convierten en lobos, así machos como hembras, porque de entrambos géneros hay maléficos y encantadores. Cómo esto pueda ser yo lo ignoro, y como cristiano que soy católico, no lo creo. Pero la experiencia me muestra lo contrario. Lo que puedo alcanzar es que todas estas transformaciones son ilusiones del demonio, y permisión de Dios y castigo de los abominables pecados deste maldito género de gente».

Leemos aquí una frase que ilumina notablemente ciertas facetas del pensamiento de Cervantes, en el que se superponen y conviven la ilusión y el escepticismo: «como cristiano... no lo creo. Pero la experiencia me muestra lo contrario». (...)

Fuente: http://www.cervantesvirtual.com

El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer; ni el león al caballo cómo ha de atrapar su presa. (W. Blake)
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