10-04-2008, 01:40 AM
Fuente: http://www.eldiariomontanes.es/prensa/2008...n-20081002.html
02.10.2008 - ALBERTO GATÓN LAS HERAS
A Fidel Agüeros,
guarda forestal.
Desde el albor del pensamiento occidental el hombre se ha relacionado con la naturaleza con admiración estética y pasiva en la Filosofía griega, la poesía mística o el Romanticismo literario, pictórico y musical o, asimismo, con contemplación activa en su cultivo según los cánones de Virgilio en las "Geórgicas", la doctrina monástica del medioevo del ora et labora benedictino o las tesis post-románticas de autores tan dispares como Tolkien, Pereda, Delibes o Stevenson. Dos vías de diálogo existencial entre el hombre y la naturaleza, el místico goce pasivo y el fecundo placer de perfeccionarla, de pleno simbolismo en estas aldeas de Lamasón que desde hace milenios laboran sus ganados, ríos, bosques y vegas, complementadas con el trabajo actual de guardas forestales, de caza y de pesca que velan por la conservación y explotación natural y ecológica de sus recursos biológicos. A Fidel Agüeros, durante décadas guarda forestal en su tierra masoniega, se dedican estas líneas en su jubilación, como representante de una generación que compaginó el eficaz cuidado de la naturaleza con la atención al ser humano. Su discreta y prudente presencia por los bosques, ríos y montes, su abnegación en el combate contra los incendios y el furtivismo, su sabiduría ecológica fruto de convivir generación tras generación con la naturaleza, y su calidad humana motivan este artículo.
Lamasón, no se cansa el autor de estas líneas de ponderarlo, es un milagro geológico, un refugio ecológico, un sitio maravilloso donde se conjugan la bondad y reciedumbre de sus pequeñas aldeas con unas cimas desafiantes de roca y nieve, galerías subterráneas y sumideros calizos, mágicos hayedos, castañares y tejeos, y una diversidad animal que abarca desde el oso, el lobo, la nutria, el águila real y el búho real hasta cabañas de vacas tudancas y caballares. Así, cerca del dominio petroso del rebeco y del refugio entre acebos del urogallo, damos fe de que se escucha, y se sigue su rastro entre escobas, abedules y canchales cubiertos de musgo, el aullido del lobo y los gemidos de su camada, mientras los ciervos braman cánticos de desafío, cambia el color del bosque otoñal, las primeras nieves orlan los picos, el ganado regresa de los puertos repicando las voces de los campanos camino de las cuadras, y en las aldeas humean las chimeneas perfumándose las calles con el aroma del fuego y de la leña.
Naturaleza salvaje del lobo, naturaleza doméstica del hombre, Lamasón custodia desde hace siglos el privilegio ecológico y etnográfico de albergar tanto el reino animal y vegetal en estado puro como en sabio trato con el ser humano, relación hoy, por desgracia, arruinada en la Montaña y en la mayoría de las regiones ibéricas por los abusos ecológicos, desmanes urbanísticos y la mala gestión medioambiental. Sirva de modelo del diálogo espiritual y físico, contemplación activa, del hombre con la naturaleza, la cuenca glaciar de Tanea, donde se complementan la corta de la hierba y la ganadería con el mundo silvestre que señorea bosques, arroyos, canales, brañas, torales, cuevas y cimas. Mayor contraste de cercana distancia entre el animal salvaje por definición, el lobo, y las domésticas vacas, si las guapas tudancas de Lamasón son domésticas, casi no cabe en España, y en especial en un sitio tan vecino a la costa que, cuando las nieblas de las tardes del estío entran por el desfiladero de la Peña o se derraman por Arria y Pico Poo e inundan las vegas, se huele el océano, mientras que sobre el mar de nubes desde el Cuetu, la Trespeñuela o Socuebu se divisan los barcos que surcan el Cantábrico. Tan próximos del mar y de la civilización y tan lejos en sus universos, el lobo y el hombre comparten Lamasón.
Mucho debe esta simbiosis del hombre con la naturaleza a la cultura ancestral de estas despobladas, serenas y melancólicas aldeas de nobles, alegres, hospitalarios, trabajadores, sabios y cristianos masoniegos. Y, también, a la labor durante décadas de guardas forestales como Fidel Agüeros, y con él sus compañeros, conjugando el cuidado de la naturaleza con la atención a las personas. Una bella y exigente vocación que en Lamasón da sus frutos, escondiendo este valle glaciar un ecosistema de sobrecogedora hermosura, único en su variedad, riqueza y calidad como hábitat animal, boscoso y geológico, además de histórico y etnográfico. Sea este artículo el homenaje de alguien que desde su niñez disfruta la fortuna cultural de admirarse con la belleza de la naturaleza, escalando y esquiando montañas y perdiéndose entre bosques y valles, antaño por otros parajes y hoy, a sus cuarenta y cuatro años de vida y cinco como cura de estas aldeas, por el montaraz, romántico, solitario, lauto y hermosísimo paraíso de Lamasón, donde todavía aúlla el lobo, berrea el venado, canta el urogallo, muge la vaca o maúlla el águila entre las brañas y bosques en los que habita, como en un sueño, el hombre, único animal racional.
Alberto Gatón Lasheras es sacerdote y doctor en Derecho y en Derecho Canónico.
02.10.2008 - ALBERTO GATÓN LAS HERAS
A Fidel Agüeros,
guarda forestal.
Desde el albor del pensamiento occidental el hombre se ha relacionado con la naturaleza con admiración estética y pasiva en la Filosofía griega, la poesía mística o el Romanticismo literario, pictórico y musical o, asimismo, con contemplación activa en su cultivo según los cánones de Virgilio en las "Geórgicas", la doctrina monástica del medioevo del ora et labora benedictino o las tesis post-románticas de autores tan dispares como Tolkien, Pereda, Delibes o Stevenson. Dos vías de diálogo existencial entre el hombre y la naturaleza, el místico goce pasivo y el fecundo placer de perfeccionarla, de pleno simbolismo en estas aldeas de Lamasón que desde hace milenios laboran sus ganados, ríos, bosques y vegas, complementadas con el trabajo actual de guardas forestales, de caza y de pesca que velan por la conservación y explotación natural y ecológica de sus recursos biológicos. A Fidel Agüeros, durante décadas guarda forestal en su tierra masoniega, se dedican estas líneas en su jubilación, como representante de una generación que compaginó el eficaz cuidado de la naturaleza con la atención al ser humano. Su discreta y prudente presencia por los bosques, ríos y montes, su abnegación en el combate contra los incendios y el furtivismo, su sabiduría ecológica fruto de convivir generación tras generación con la naturaleza, y su calidad humana motivan este artículo.
Lamasón, no se cansa el autor de estas líneas de ponderarlo, es un milagro geológico, un refugio ecológico, un sitio maravilloso donde se conjugan la bondad y reciedumbre de sus pequeñas aldeas con unas cimas desafiantes de roca y nieve, galerías subterráneas y sumideros calizos, mágicos hayedos, castañares y tejeos, y una diversidad animal que abarca desde el oso, el lobo, la nutria, el águila real y el búho real hasta cabañas de vacas tudancas y caballares. Así, cerca del dominio petroso del rebeco y del refugio entre acebos del urogallo, damos fe de que se escucha, y se sigue su rastro entre escobas, abedules y canchales cubiertos de musgo, el aullido del lobo y los gemidos de su camada, mientras los ciervos braman cánticos de desafío, cambia el color del bosque otoñal, las primeras nieves orlan los picos, el ganado regresa de los puertos repicando las voces de los campanos camino de las cuadras, y en las aldeas humean las chimeneas perfumándose las calles con el aroma del fuego y de la leña.
Naturaleza salvaje del lobo, naturaleza doméstica del hombre, Lamasón custodia desde hace siglos el privilegio ecológico y etnográfico de albergar tanto el reino animal y vegetal en estado puro como en sabio trato con el ser humano, relación hoy, por desgracia, arruinada en la Montaña y en la mayoría de las regiones ibéricas por los abusos ecológicos, desmanes urbanísticos y la mala gestión medioambiental. Sirva de modelo del diálogo espiritual y físico, contemplación activa, del hombre con la naturaleza, la cuenca glaciar de Tanea, donde se complementan la corta de la hierba y la ganadería con el mundo silvestre que señorea bosques, arroyos, canales, brañas, torales, cuevas y cimas. Mayor contraste de cercana distancia entre el animal salvaje por definición, el lobo, y las domésticas vacas, si las guapas tudancas de Lamasón son domésticas, casi no cabe en España, y en especial en un sitio tan vecino a la costa que, cuando las nieblas de las tardes del estío entran por el desfiladero de la Peña o se derraman por Arria y Pico Poo e inundan las vegas, se huele el océano, mientras que sobre el mar de nubes desde el Cuetu, la Trespeñuela o Socuebu se divisan los barcos que surcan el Cantábrico. Tan próximos del mar y de la civilización y tan lejos en sus universos, el lobo y el hombre comparten Lamasón.
Mucho debe esta simbiosis del hombre con la naturaleza a la cultura ancestral de estas despobladas, serenas y melancólicas aldeas de nobles, alegres, hospitalarios, trabajadores, sabios y cristianos masoniegos. Y, también, a la labor durante décadas de guardas forestales como Fidel Agüeros, y con él sus compañeros, conjugando el cuidado de la naturaleza con la atención a las personas. Una bella y exigente vocación que en Lamasón da sus frutos, escondiendo este valle glaciar un ecosistema de sobrecogedora hermosura, único en su variedad, riqueza y calidad como hábitat animal, boscoso y geológico, además de histórico y etnográfico. Sea este artículo el homenaje de alguien que desde su niñez disfruta la fortuna cultural de admirarse con la belleza de la naturaleza, escalando y esquiando montañas y perdiéndose entre bosques y valles, antaño por otros parajes y hoy, a sus cuarenta y cuatro años de vida y cinco como cura de estas aldeas, por el montaraz, romántico, solitario, lauto y hermosísimo paraíso de Lamasón, donde todavía aúlla el lobo, berrea el venado, canta el urogallo, muge la vaca o maúlla el águila entre las brañas y bosques en los que habita, como en un sueño, el hombre, único animal racional.
Alberto Gatón Lasheras es sacerdote y doctor en Derecho y en Derecho Canónico.
El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer; ni el león al caballo cómo ha de atrapar su presa. (W. Blake)

