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La transformación del héroe
#1

Esto es un artículo que salió buscando más de Campbell.


Fuente: http://www.elhilodeariadna.org/articulos/v...al_completo.asp

Tomado del libro "Una vida de héroe", de Guillermo Echavarría Molloy, Ed. Biblos
Bs. As. 1999.

La transformación del héroe

Como hemos indicado al principio, para Joseph Campbell el ciclo del héroe se puede reducir a tres momentos: partida, iniciación y regreso. El regreso supone una transformación del carácter del héroe; ha adquirido la madurez psicológica. En otra interpretación, la transformación del héroe se corresponde con una metamorfosis póstuma, como en el caso de Hércules e Ifigenia, que son rescatados de las llamas, y el Edipo de Colona, que se eleva y se dirige ante la presencia de los dioses. Es la apoteosis del héroe. Es el momento en que sus partes mortales se desprenden de los cuerpos y, por lo tanto, el hemitheoi alcanza su plenitud. Se ha desprendido de la mortalidad que constituía la mitad de su naturaleza y que lo condenaba a muerte.

Nuestro héroe ahora es Aquiles, quien ha elegido una corta y gloriosa carrera. Está eufórico porque ha vengado la muerte de su fiel amigo, el impetuoso Patroclo, que no supo escuchar su consejo: "No luches contra los troyanos sin que yo esté presente; no lleves la pelea hasta Troya, no sea que un dios entre en la batalla contra ti". No escuchó y Apolo entró en batalla. Para Aquiles el tiempo entonces era la venganza. Ahora la tiene en las manos y ata el infortunado cadáver de Héctor a su carro. La ciudad de Troya siente la estocada final. Presiente que el final será vertiginoso como los caballos de Aquiles. Los ojos consternados divisan la polvareda que se aleja de los muros y los oídos escuchan el grito del caudillo mirmidón que amenaza con una acción que es indigna de todo humano: arrojar el cadáver de Héctor a los perros. Hasta los dioses se sienten indignados y consternados. Los días y las noches pasan sin noticias; uno se levanta y siente el peso de la muerte que se prepara. El viejo rey Príamo vive pendiente de la amenaza y necesita el cuerpo de su hijo para volver a comer, dormir, pensar y reinar. Once hijos ya le ha matado el prepotente Aquiles. Por todos ha llorado y llevado duelo, pero con Héctor su hondura y su penar son mayores. Asesorado por los dioses, el viejo rey se interna en el campamento griego. Como en muchas oportunidades, la niebla protege al desgraciado. Llega hasta la tienda de ramas y cañas donde Aquiles está cenando ante el descuido rutinario de la guardia. Príamo tiene toda su portentosa espalda para saldar la deuda. Puede poner fin a tantas matanzas hincando el puñal en el "peor" de los mortales. Sin embargo, de acuerdo con el plan de los dioses, entra como una sombra y se aferra a las rodillas de Aquiles. Su cabeza blanca y descoronada queda al alcance de las armas del jefe griego. Ahora, ambos son una sombra de dolorosos antagonismos: griego y troyano, viejo y joven, acaso padre e hijo. Príamo rompe el silencio de los cuerpos tan efímeros como fatigados.

“Acuérdate de tu padre, Aquileo, semejante a los dioses, que tiene la misma edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez.” Aquiles seguramente está confundido y acaso pierden presión sus manos sobre la espada. Príamo agrega: “Pero respeta a los dioses, Aquileo, y apiádate de mí acordándote de tu padre, que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del hombre matador de mis hijos.” Las palabras y los recuerdos llegaron al gran corazón de Aquiles. Levanta al viejo rey, lo mira de frente y dice: “Cómo osaste venir solo a las naves de los aqueos, a los ojos del hombre que te mató tantos y tan valientes hijos. De hierro tienes el corazón, más, ea, toma asiento en esta silla y aunque los dos estamos afligidos, dejemos que repose el alma las penas, pues el triste llanto para nada aprovecha... Porque los dioses han tejido el hilo de la desgraciada humanidad de tal suerte que la vida del hombre tiene que ser dolor, mientras que ellos viven exentos de cuidados”. (1) Luego lloraron por todos los muertos, se sentaron y el viejo Príamo pudo reconciliarse con el sueño. Eran dos cuerpos gastados por los pesares humanos, entre ellos, la guerra y el destino que muerde el cuerpo y no lo suelta. Pero las criaturas se toman pequeñas licencias en sus papeles de enemigos irreconciliables. El colérico Aquiles ahora vigila el sueño de un anciano descoronado. La aurora aturde con sus cantos y, con los colores más vívidos y deslumbrantes vistos durante diez años, anuncia que pronto volverán a ser griego y troyano. El sueño dura poco pero, arrancado como improvisación de la naturaleza humana que los dioses hacen estrecha e inestable, es suficiente. Las palabras pueden ser un nuevo engaño y el valiente guerrero griego se explaya sobre una plácida sensación interior. Aquiles había encontrado a su padre -Peleo, el hombre más piadoso del mundo, según los dioses- a través del viejo Príamo que le despertó su “compasión" que era parte de la herencia. Había alcanzado la estirpe de su padre Peleo. Había vuelto a rozar en forma simbólica su rostro duro y su barba avanzada. Había mirado dentro de sus ojos y reconquistó la más alta virtud humana: la clemencia, la piedad. He aquí entonces la transformación del carácter del héroe, la metánoia, su madurez. Uno siempre recordará los fieros combates de estos hombres mezclados con los dioses en plena batalla. Valentía y muerte por doquier, dolor y pesares. Pero sin duda el acto más cabal de la Ilíada es la transformación de la cólera de Aquiles en la piedad por un anciano suplicante. Podría tratarse también de Luke Skywalker junto al cuerpo de su padre Vader rescatado de las fuerzas del mal. Joseph Campbell nos dice en El poder del mito: "Y de eso tratan los mitos, de la transformación de una especie de conciencia en otra".

***

Nuestro maltrato a los héroes ha llegado a su fin. Hemos intentado contar tantas historias y no hemos contado una sola. A veces pensamos que todo esto es una invitación a recobrar los viejos libros de aventuras para leerlos o reeleerlos. Quisiéramos destacar que una metáfora válida para el héroe es ser un símbolo del tiempo. No hemos podido dilucidar si los acontecimientos que se narran en la historia del héroe son reflejos de viejas y crueles costumbres o si son simbolismos que se le han adherido de los ritos de iniciación. La muerte de los hijos es una costumbre tan atestiguada y tan común que actualmente nos parece inconcebible. Ni siquiera era delito. Entendemos que la mano levantada de Abraham listo para sacrificar a su hijo puede haber sido un hecho histórico, pero preferimos tomarlo como un simbolismo de profundos cambios psicológicos en la familia humana que tanto refleja la mitología. También tienen ciertas razones atendibles Max Müller y James G. Frazer cuando enlazan al héroe en la gran metáfora del tiempo, que todo lo gasta, que todo lo transforma: la juventud en vejez, la energía en masa, el día en la noche, la abundancia en miseria, la rebeldía en conservadurismo, el amor .en odio. Los dioses de la India tienen esas propiedades de expresar, con caras distintas, el odio y el amor. Fuera de la mitología, está en nosotros, bajo el mismo rostro.
Bien podríamos parodiar a Lévi-Strauss, que en un pequeño ensayo, La familia, nos dice que todas las sociedades del mundo, con o sin eficacia, han solucionado el problema de la subsistencia, pero no es eso lo problemático; lo es la inserción de las nuevas generaciones. Muchas de las aventuras y desventuras de los héroes reflejan la forma de insertar una nueva vida bajo el sol. Hay oportunidades en que el derecho le es negado por la terquedad de los mayores al sentir que serán suplantados y que la evolución social requiere ese cambio. Hay gran sabiduría en las religiones que nos enseñan y nos preparan para ese momento.(2) Y el budismo lo comprendió tempranamente, por eso nos dice Huston Smith que es la más psicológica de las religiones. La vida del héroe parece ser una gran máxima para desprenderse de las cosas a tiempo. El resto es inmadurez y necedad que forman parte inalterable de la naturaleza humana. Entonces, podemos aventuramos a "profetizar" que el héroe tiene garantizada su permanencia en la mente humana. Muchas de estas vidas están determinadas de antemano en la vida del héroe. Orestes declara: "Nuevamente me aprieta el dolor de la profecía" y eso significa que deberá luchar por su lugar en el mundo "bajo cualquier circunstancia". "Vivir sí, pero con honra" es el resumen de la vida del héroe o, como dice Yolanda Grisé citada por Bauzá: "El coraje vencido por la fatalidad, he ahí en suma toda la tragedia de la vida encarnada por el héroe griego". (3) El único paso que ha dado el héroe es hacia su interior. Los gurúes orientales, nos dice Campbell, harían un pequeño comentario sobre el héroe, que no significara tanto derroche de tiempo y de papel como el que hemos emprendido aquí: el héroe "está en ti. Ve y encuéntralo".


Una vida de héroe pone en tela de juicio la propia realidad. Y esto no se debe exclusivamente al carácter rebelde del personaje sino también a los entornos y elementos "fantásticos" que rodean muchos episodios. El héroe nos habla de las cosas que dejamos pendientes, acaso olvidadas, buscando cierto consuelo de la existencia. El héroe nos habla un poco de los sueños de juventud, del amor imperecedero, de la piedad, de la justicia, de la lealtad, de no doblegarse por sucedáneos. Un cuento del héroe siempre es un derecho a soñar o una forma elegante, popular e indirecta, de hablar mal de la realidad. Los episodios del héroe, sus "mitemas", son los caminos que han recorrido todos los jóvenes. No falta una sola encrucijada, un solo laberinto, una sola noche de extravío y la plenitud del silencio del cielo que como avalancha cae sobre el que tiene que decidir. Podemos cambiar los paisajes; si se prefieren las estaciones intergalácticas a los castillos medievales, cambiemos el Egeo por el Índico, el Índico por el Pacífico, el Pacífico por el Atlántico; cambiemos continentes, tecnologías, nombres; y todos estos arreglos, aunque estéticos, serán vanos y acaso superficiales. El nombre de los mares y de los castillos es, ciertamente, olvidable como detalle. Camelot son los tres castillos del Buda y el mar de San Brandan puede ser cualquiera cuya sal se cristaliza sobre la piel, cualquiera sea su color y el hombre es el mismo aunque el clima lo talle con matices y la riqueza o la pobreza lo escondan con distintas ropas o la desnudez lo exponga a la santificación. Todas estas historias son una, aunque la "ciencia del detalle" lo niegue enfáticamente. Lo que no cambia es que debemos tomar decisiones que tomaron muchos héroes y esto nos pone en su camino, o frente al laberinto que no deja de ser un camino tan especial como misterioso. Pero a los seres humanos comunes, la realidad nos humilla con menos pompa, esplendor y frenesí.
Finalmente, por momentos, nos inclinamos a pensar que cada estudiante que llega al aula y que quiere crecer por medio del conocimiento, que aspira a realzar la condición humana, con sacrificio y perseverancia -sin cuya concurrencia no hay sabiduría-, ese estudiante está en la senda del héroe. Si esta parábola fuera acertada, los profesores debiéramos ser más cuidadosos y rescatar que desempeñamos una digna profesión, porque en todo momento estamos trabajando con el cuerpo y el alma y los sueños de aquel que, como en la saga del héroe, nos habrá de suceder. Desde el primer día estamos con nuestro sucesor; es el futuro "rey". Tampoco es desacertado como metáfora indicarle que lo enfrentaremos con los dragones de nuestras frustraciones y que deberá encarar pruebas y pruebas y pruebas, entre las que incluimos la del silencio y la de mantenerse despierto, por supuesto. Aunque lo niegue, el estudiante ahora está en camino del centro del laberinto. El laberinto espera, acecha. La literatura nos autoriza a presumir que el laberinto puede llegar a ser un ser viviente antes que una compleja y misteriosa construcción. Y la mitología nos enseña que, en cualquier momento, nuestra humana forma puede ser elegida para recomponer, otra vez, otra de las tantas historias que afectan al héroe y sus interminables andanzas. Mientras tanto, la ciencia insiste en que somos, esencialmente, individuos irrepetibles. La mitología y la ciencia consideran tener pruebas al respecto y pareciera que hay que tomar partido. Creemos que la mitología corre con ventajas: sus explicaciones causan entusiasmos militantes e incorpora la ambigüedad y el contrasentido a sus amplios axiomas. Cuenta con nuestra simpatía.
Decididamente hemos elegido contar algunas historias -con imperfecciones poco disimulables- tratando de contagiar cierto entusiasmo (del griego énthous: poseído, con el dios dentro) para rescatar la lectura o relectura de no tantos materiales injustamente relegados, entre otros por el decadente posmodernismo, que niega la muerte, la fealdad, la tiranía descarnada, la sumisión, la rebelión y la "historia sin fin".

Cada vez que contamos estas historias estamos activando el pasado que nos liga a todas las generaciones. La ciencia podría abrumamos con una cifra acaso complicada de graficar. Por eso es más simple la propuesta de la mitología que incluye a "todos", es decir, a los que fueron, son y serán. Cada vez que contamos estas historias, es porque todavía esperamos cosas de los héroes, más allá del goce estético. Al hablar de ellos hablamos con ellos -con esta ilusión cuenta la narración-; es como confesar que nuestra infancia está a mano; es como si eligiéramos el viejo limonero del fondo -también es recomendable una higuera o un roble y, llegado el caso, un paraguas destartalado que los represente- para congregamos en el lugar indicado y repasar todos aquellos nombres y acciones que nos han convertido en seres humanos, en una fresca tarde de otoño.

Citas:
(1) Homero, Ilíada, Buenos Aires, Losada, 1998, p.162.
(2) Véase C. Lévi Strauss, La familia, Barcelona, Anagrama, 1974.
(3) H.F. Bauzá, El mito del héroe, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p.29.

El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer; ni el león al caballo cómo ha de atrapar su presa. (W. Blake)
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