01-27-2009, 12:12 AM 
		
	
	
		De: BrinanSaiwala  (Mensaje original) Enviado: 23/02/2005 11:11 
LOs cuatro elementos en el Cosmos y en el hombre
 
POR Delia Steinberg Guzmán
Recurriendo a una definición de Platón, los elementos son aquellas cosas
que componen y descomponen los cuerpos complejos; es decir, los elementos
serían substancias simples, primordiales, que configurarían -según las
antiguas tradiciones de todas las civilizaciones esotéricas- tanto el
Cosmos como el mismo hombre.
Dicho básicamente qué son estos elementos, queremos aclarar por qué
hablamos de cuatro. Este número, al igual que el siete, reviste gran
importancia en todas aquellas enseñanzas que han tratado de explicar el
mundo y los seres vivos. El 4 no es un número elegido al azar; el número 4
está imbricado en el Cosmos.
Tradicionalmente, en distintas lenguas y con distintas expresiones,
siempre se han conocido cuatro elementos básicos constitutivos del
Universo, del Macrocosmos y (por consiguiente, del hombre) del
Microcosmos.
Estos cuatro elementos son el Fuego, el Aire, el Agua y la Tierra. Si bien
empleamos estas denominaciones que nos son muy familiares y conocidas,
estos elementos no se refieren exactamente a lo que llamamos fuego, aire,
agua y tierra, aunque también los engloban.
Muchas veces la palabra Cosmos nos lleva a pensar en algo enorme, un
infinito difícil de calcular, de comprender; tanto es así que, como se nos
escapa, preferimos no pensar en él, y todas las explicaciones que se nos
dan nos parecen fantásticas, ilógicas, producto más de la imaginación que
de otra cosa. Precisamente ahí está el secreto del Cosmos: para los
antiguos, no es nada más que un tercer paso en un complejo proceso que
solían simbolizar con un triángulo. El primer aspecto de este proceso es
el Caos; no el caos como desorden, sino como infinito, como todo lo que
está en potencia para manifestarse algún día. A este Caos infinito le
sucede la Inteligencia; este segundo paso es la suma de esquemas, de
conformaciones, de ideas, que permiten adecuar el Caos primero,
organizarlo, esquematizarlo. Y, por fin, nos encontramos con el tercer
paso del proceso: el Cosmos que ha nacido, que se ha gestado aparte de
estos dos elementos primeros: con el Caos que es todo el infinito, con el
Teos que le ha dado forma y le ha puesto orden.
Este Cosmos comienza a desenvolverse, a materializarse (empleando palabras
que las antiguas enseñanzas refieren sobre estos temas); es decir, que se
concreta poco a poco, a través de siete pasos, procesos o elementos.
Que de estos elementos sean cuatro conocidos para nosotros, uno apenas, y
dos un misterio, nos obliga a referirnos por lo menos a aquellos que
conocemos. El inferior, el más material y concreto, es el elemento Tierra;
y, aumentando la sutileza, seguiría el elemento Agua; un poco más sutil el
Aire, y más sutil todavía el Fuego; finalmente, habría un quinto elemento,
que se ha dado en llamar Eter, cuyas características son indefinibles aún.
La Tierra se relaciona con la materia concreta, con aquello que está
expresado en dimensiones, que puede pesarse, medirse, trasladarse. Esta
tierra es justamente lo concreto, aquello que pesa, no sólo en el Cosmos
asumiendo forma de planeta, de estrellas, sino que pesa también en
nosotros asumiendo forma de cuerpo.
El Agua simbólicamente es la vida que recorre la materia; es la energía
que baña la materia; es esa fuerza que hace que la materia pueda entrar en
acción y que no sea simplemente materia inerte; es aquello que nos permite
caminar, hablar, que hace que tengamos temperatura, que podamos decirnos
vivos y hace que estén vivas todas las cosas que en el Cosmos se mueven,
cumpliendo leyes inexorables y matemáticamente perfectas. El Agua es,
pues, vitalidad; el Agua es la «sangre» de la Tierra, lo más vital, lo más
fuerte.
EL Aire es la psiquis; es el conjunto de emociones y de sentimientos; es
aquello que nos inclina hacia las cosas, a favor o en contra de ellas: lo
que nos mueve en el plano del sentimiento. Esto es el Aire: la expresión
de lo que se siente, el mundo de la emoción.
El Fuego es el mundo del pensamiento; de la idea; de la gestación en un
plano tan abstracto que sólo puede captarse por otra entidad tan abstracta
como es en nosotros la mente, como es en el Cosmos el Fuego.
Decimos elementos cósmicos y hablamos de elementos humanos: lo que en el
Cosmos se traduce como substancias primeras, elementos, se va plasmando de
una forma inconcebible para nosotros, hasta llegar a esta materia que
conocemos y al hombre, como Fuego, Aire, Agua y Tierra; el Fuego como
mente, el Aire como sentimiento, el Agua como vitalidad, la Tierra como
cuerpo.
Es así como el Macrocosmos imprime el Microcosmos que es el hombre y le da
exactamente su misma consistencia, su misma configuración y sus mismas
características en pequeño; y permite que el hombre pueda estar
relacionado con el Cosmos, pueda intentar llegar a sus misterios y, es
más, se sienta atraído por esos misterios: porque en la naturaleza del
hombre está la naturaleza del Cosmos, porque lo que es cuerpo para el
hombre es cuerpo para el Universo, lo que es vitalidad para el hombre
también lo es para el Cosmos, lo que es su sentimiento lo es en lo grande
y lo que es mentalidad es Fuego para todos los Universos que hoy intuimos
y que pretendemos descubrir.
Siempre hubo algo más profundo, algo más allá, no sólo en cuanto a los
elementos tal y como nos los ofrece la Naturaleza, sino al propio misterio
del hombre que encierra en sí los cuatro elementos, y aún referido a
misterios mucho más antiguos que vienen desde mucho más lejos, que
refieren que, así como hoy estamos presentes como hombres, alguna vez
hemos pasado por el estado de mineral, como si fuésemos tan sólo elemento
Tierra; alguna vez hemos pasado, en ciclos y ciclos de evolución, por
estados vegetales como si fuésemos elemento Agua; alguna vez hemos pasado
por estadios de evolución animal en coincidencia con el elemento Aire; y
hemos llegado, por fin, al estadio de evolución humano, ahora sí,
refiriéndonos al elemento Fuego que indica la aparición de la mente, la
aparición del pensamiento.
Así pues, cuando los antiguos se referían a sus dioses de los elementos,
cuando adoraban al Fuego, al Aire, al Agua, a la Tierra, no lo hacían tan
sólo a esta representación física que tenemos en la tierra, sino que
intuían aquello que estaba más allá: intuían la esencia escondida detrás
de la presencia de los elementos.
Para la Antigüedad fue siempre algo indiscutible el hecho de que los
planetas, las estrellas, no eran entidades muertas o girando al azar en el
espacio, sino que eran cuerpos vivos sujetos a leyes y a evolución,
cuerpos que encerraban espíritus de la misma manera que el hombre lo hace,
por esta continua relación entre el Macrocosmos y el Microcosmos.
De allí que se insistiese en la comprensión por parte del hombre de su
propia entidad espiritual para poder luego reconocer otras entidades
espirituales que animan la Naturaleza. Por ello se hablaba de dioses de
los elementos y, mucho más todavía, se reconocía que estos cuatro
elementos principales se dividían muchas veces más: siete a la séptima
cada uno de ellos. Surgiendo así infinidad de sub-elementos, regidos por
aquello que los antiguos han dado en llamar «elementales», palabra que
muchas veces no entendemos, pero que significa tan sólo estas entidades
que rigen los pequeños elementos, los sub-elementos, las divisiones de los
elementos. Cuando hablamos del fuego, agua, aire y tierra que conocemos a
diario, no hacemos más que hablar que subdivisiones del elemento Tierra.
El Fuego es el elemento que ha motivado los símbolos más destacados de
todas las religiones, no sólo a nivel de deidades o entidades que
representan Fuego, sino aún a nivel de construcción de templos.
Por ejemplo, las pirámides: todas las construcciones que revisten la
típica configuración de un cuadrado asentado en la tierra, de los
triángulos que se elevan como llamas, y que coinciden en un punto final,
son templos dedicados al Fuego. La misma palabra «pirámide» que
utilizamos, encierra en su raíz pir el concepto Fuego. Es el templo
elevado hacia aquello que, estando en la parte más alta, sin embargo
contiene a todo lo demás, y a lo que siempre se le ha dado -simbólicamente
hablando- más importancia que a todo lo demás.
Es de remarcar cómo en todas las civilizaciones, los dioses que se
referían al Fuego han asumido vital importancia. Es más: hay que entender
que no se trata tan sólo de un fuego físico.
Los alquimistas nos hablan de los cuatro elementos en relación: el Fuego
con el Oro, el Aire con la Plata, el Agua con el Mercurio y la Tierra con
el Plomo. Y sumamente interesante es asimismo la unión que hacen de estos
cuatro elementos cósmicos con cuatro elementos o cuatro cualidades
psicológicas encerradas en el ser humano: el Fuego relacionado con el
Saber, el Aire con el Osar, el Agua con el Querer y la Tierra con el
Callar. Veamos brevemente qué es lo que nos quieren decir los alquimistas.
Si el Fuego es mente, posibilidad de pensamiento, de trabajo con las
ideas, de captación, el Fuego indudablemente supone Sabiduría. Así, Fuego
es Saber y Saber es la culminación del Hombre.
Aire es igual a Osar. Es esa capacidad de coraje con la cual hemos de
ayudar al conocimiento; es algo más que fuerza, es impulso, es fe. Osar,
precisamente, es no conocer el miedo, es lanzarse porque hay que llegar a
la Sabiduría.
El Agua es Querer; es decir, para poder ser valiente y sabio, primero hay
que querer verdaderamente. No es tan simple como pueda parecer: estamos
acostumbrados a decir: «quiero irme de vacaciones», «quiero ver una
película», el querer se ha transformado en una palabra de poco contenido,
por consiguiente, refleja poca voluntad de realización. Pero este querer
es mucho más hondo, viene desde la raíz íntima del hombre. Y este querer
se dirige hacia los destinos últimos del hombre.
Y el elemento Tierra equivale a Callar. El primer paso del camino es el
silencio. Es lo que tanto nos llama la atención sobre todas las
civilizaciones antiguas para las que los grandes conocimientos estaban
encerrados dentro del conjunto del Esoterismo. ¿Por qué esotérico? ¿Por
qué cerrado? ¿Por qué guardado? Porque, si no se calla, es muy difícil
querer; si no hay silencio, es muy difícil osar, es muy difícil saber.
Quienes fueron profundos conocedores del alma humana -por ejemplo,
Pitágoras-, hacían que sus discípulos permaneciesen cinco años de
silencio: es el citado grado acusmático de la escuela pitagórica. ¿Era ese
silencio una tortura? Ese silencio era el instrumento indispensable para
que el discípulo aprendiese algo fundamental: a escuchar; no sólo a
escuchar afuera; a escucharse, estar tranquilo, a apagar el torbellino
interno que siempre quiere más sin saber muy bien ni lo que quiere.
Hoy cuando intentamos aprender algo, primero actúa la crítica, después el
conocimiento; primero «por qué» y «cómo me lo van a demostrar», «cómo es
esto y cómo es lo otro». Hay tanta palabrería interior que es casi
imposible llegar a nada concreto. De ahí que todas las escuelas antiguas
conociesen el maravilloso secreto del silencio, de aprender primero y
después todo lo demás.
Este es el silencio con el que se envolvían las enseñanzas profundas, no
para esconderlas, simplemente para guardarlas y protegerlas de quienes, no
entendiéndolas, ni sabiéndolas aplicar, hiciesen de ellas un uso malo y
pernicioso.
Muchos quieren y queremos -¿por qué no?- trabajar con estas enseñanzas,
aún sin estar seguros. El peligro no está en nuestra curiosidad; el
peligro está en que, estando estas cosas sometidas a leyes o procesos
naturales, al no saber, cometamos graves errores, grandes daños para
nosotros o para los demás. De ahí que el silencio haya sido tan sólo un
método de resguardo, de protección; no por maldad; al contrario, por
enorme compasión.
Por eso el Esoterismo, el cierre con que se guardaban los conocimientos; y
de ahí el que muchas veces, como nos pasa hoy mismo, notemos que son pocas
las palabras, pocas las expresiones para poder referirnos a estos temas
que no estamos acostumbrados a tratar, temas que, al no ser de manejo
diario, parece como si se nos escapasen de la mano.
Mas los antiguos, hábiles esoteristas, nos dejaron una llave, una manera
de abrir su puerta cerrada, de penetrar en su silencio: los símbolos.
Estos símbolos constituyen un lenguaje universal al cual todos los hombres
tienen acceso, hablen el idioma que hablen.
Cuando queremos guardar o cercar algo, nuestros símbolos de expresión son
mínimos, son sencillos, los comprendemos. Pero la Naturaleza encierra
también grandes símbolos; los conocimientos están normalmente encerrados
detrás de grandes símbolos. Y los cuatro elementos guardan grandes claves
de interpretación que pueden aplicarse, tanto al Cosmos como al hombre,
tanto a lo grande como a lo pequeño.
    
A mi me ha parecido un articulillo interesante,si no lo es,disculpad por poner un pestiño.Buena Luna a todos y todas y que tengais un buen esbat.
 
Fearr Nion Gealach,fearr sogil
 
 
De: Ãuryn- Enviado: 23/02/2005 13:12
Un texto interesante... de hecho, estaba buscando cosas de este estilo, para ver las diferentes visiones que han habido de los elementos, porque he estado meditando sobre ellos y he descubierto que la concepción que yo tengo de los elementos, en algunas cosas sí, pero no siempre se corresponde con la que se suele conocer.
Ã?sta me ha resultado curiosa por las asociaciones que hace:
el Fuego como
mente, el Aire como sentimiento, el Agua como vitalidad, la Tierra como
cuerpo.
No es lo habitual, pero también tiene sentido. Eso es lo que me interesa, es decir, diferentes perspectivas de los elementos y de las relaciones entre ellos.
Como siempre, gracias por compartir con nosotros estos textos... ya ni siquiera tengo que pedírtelos, ¡me los pones antes!
 
 
 
De: BrinanSaiwala Enviado: 24/02/2005 13:39
.Je je,pues si,parece que compartimos los mismos intereses.Pero yo encantada de que te guste, ya sabeis que me gusta compartir lo que considero interesante.
!Y FELIZ ESBAT A TODOS/AS!
 
Fearr Nion Gealach,fear sogil
 
 
De: RebeccahWoolcot Enviado: 24/02/2005 16:49
Hay una cancioncilla por ahi que dice:
 
Tierra es mi Cuerpo
Agua, mi Sangre
Aire es mi aliento
y
Fuego mi Espíritu.
 
Cada cual con sus interpretaciones, eh?
 
Besos
 
Reb
 
	
	
	
LOs cuatro elementos en el Cosmos y en el hombre
POR Delia Steinberg Guzmán
Recurriendo a una definición de Platón, los elementos son aquellas cosas
que componen y descomponen los cuerpos complejos; es decir, los elementos
serían substancias simples, primordiales, que configurarían -según las
antiguas tradiciones de todas las civilizaciones esotéricas- tanto el
Cosmos como el mismo hombre.
Dicho básicamente qué son estos elementos, queremos aclarar por qué
hablamos de cuatro. Este número, al igual que el siete, reviste gran
importancia en todas aquellas enseñanzas que han tratado de explicar el
mundo y los seres vivos. El 4 no es un número elegido al azar; el número 4
está imbricado en el Cosmos.
Tradicionalmente, en distintas lenguas y con distintas expresiones,
siempre se han conocido cuatro elementos básicos constitutivos del
Universo, del Macrocosmos y (por consiguiente, del hombre) del
Microcosmos.
Estos cuatro elementos son el Fuego, el Aire, el Agua y la Tierra. Si bien
empleamos estas denominaciones que nos son muy familiares y conocidas,
estos elementos no se refieren exactamente a lo que llamamos fuego, aire,
agua y tierra, aunque también los engloban.
Muchas veces la palabra Cosmos nos lleva a pensar en algo enorme, un
infinito difícil de calcular, de comprender; tanto es así que, como se nos
escapa, preferimos no pensar en él, y todas las explicaciones que se nos
dan nos parecen fantásticas, ilógicas, producto más de la imaginación que
de otra cosa. Precisamente ahí está el secreto del Cosmos: para los
antiguos, no es nada más que un tercer paso en un complejo proceso que
solían simbolizar con un triángulo. El primer aspecto de este proceso es
el Caos; no el caos como desorden, sino como infinito, como todo lo que
está en potencia para manifestarse algún día. A este Caos infinito le
sucede la Inteligencia; este segundo paso es la suma de esquemas, de
conformaciones, de ideas, que permiten adecuar el Caos primero,
organizarlo, esquematizarlo. Y, por fin, nos encontramos con el tercer
paso del proceso: el Cosmos que ha nacido, que se ha gestado aparte de
estos dos elementos primeros: con el Caos que es todo el infinito, con el
Teos que le ha dado forma y le ha puesto orden.
Este Cosmos comienza a desenvolverse, a materializarse (empleando palabras
que las antiguas enseñanzas refieren sobre estos temas); es decir, que se
concreta poco a poco, a través de siete pasos, procesos o elementos.
Que de estos elementos sean cuatro conocidos para nosotros, uno apenas, y
dos un misterio, nos obliga a referirnos por lo menos a aquellos que
conocemos. El inferior, el más material y concreto, es el elemento Tierra;
y, aumentando la sutileza, seguiría el elemento Agua; un poco más sutil el
Aire, y más sutil todavía el Fuego; finalmente, habría un quinto elemento,
que se ha dado en llamar Eter, cuyas características son indefinibles aún.
La Tierra se relaciona con la materia concreta, con aquello que está
expresado en dimensiones, que puede pesarse, medirse, trasladarse. Esta
tierra es justamente lo concreto, aquello que pesa, no sólo en el Cosmos
asumiendo forma de planeta, de estrellas, sino que pesa también en
nosotros asumiendo forma de cuerpo.
El Agua simbólicamente es la vida que recorre la materia; es la energía
que baña la materia; es esa fuerza que hace que la materia pueda entrar en
acción y que no sea simplemente materia inerte; es aquello que nos permite
caminar, hablar, que hace que tengamos temperatura, que podamos decirnos
vivos y hace que estén vivas todas las cosas que en el Cosmos se mueven,
cumpliendo leyes inexorables y matemáticamente perfectas. El Agua es,
pues, vitalidad; el Agua es la «sangre» de la Tierra, lo más vital, lo más
fuerte.
EL Aire es la psiquis; es el conjunto de emociones y de sentimientos; es
aquello que nos inclina hacia las cosas, a favor o en contra de ellas: lo
que nos mueve en el plano del sentimiento. Esto es el Aire: la expresión
de lo que se siente, el mundo de la emoción.
El Fuego es el mundo del pensamiento; de la idea; de la gestación en un
plano tan abstracto que sólo puede captarse por otra entidad tan abstracta
como es en nosotros la mente, como es en el Cosmos el Fuego.
Decimos elementos cósmicos y hablamos de elementos humanos: lo que en el
Cosmos se traduce como substancias primeras, elementos, se va plasmando de
una forma inconcebible para nosotros, hasta llegar a esta materia que
conocemos y al hombre, como Fuego, Aire, Agua y Tierra; el Fuego como
mente, el Aire como sentimiento, el Agua como vitalidad, la Tierra como
cuerpo.
Es así como el Macrocosmos imprime el Microcosmos que es el hombre y le da
exactamente su misma consistencia, su misma configuración y sus mismas
características en pequeño; y permite que el hombre pueda estar
relacionado con el Cosmos, pueda intentar llegar a sus misterios y, es
más, se sienta atraído por esos misterios: porque en la naturaleza del
hombre está la naturaleza del Cosmos, porque lo que es cuerpo para el
hombre es cuerpo para el Universo, lo que es vitalidad para el hombre
también lo es para el Cosmos, lo que es su sentimiento lo es en lo grande
y lo que es mentalidad es Fuego para todos los Universos que hoy intuimos
y que pretendemos descubrir.
Siempre hubo algo más profundo, algo más allá, no sólo en cuanto a los
elementos tal y como nos los ofrece la Naturaleza, sino al propio misterio
del hombre que encierra en sí los cuatro elementos, y aún referido a
misterios mucho más antiguos que vienen desde mucho más lejos, que
refieren que, así como hoy estamos presentes como hombres, alguna vez
hemos pasado por el estado de mineral, como si fuésemos tan sólo elemento
Tierra; alguna vez hemos pasado, en ciclos y ciclos de evolución, por
estados vegetales como si fuésemos elemento Agua; alguna vez hemos pasado
por estadios de evolución animal en coincidencia con el elemento Aire; y
hemos llegado, por fin, al estadio de evolución humano, ahora sí,
refiriéndonos al elemento Fuego que indica la aparición de la mente, la
aparición del pensamiento.
Así pues, cuando los antiguos se referían a sus dioses de los elementos,
cuando adoraban al Fuego, al Aire, al Agua, a la Tierra, no lo hacían tan
sólo a esta representación física que tenemos en la tierra, sino que
intuían aquello que estaba más allá: intuían la esencia escondida detrás
de la presencia de los elementos.
Para la Antigüedad fue siempre algo indiscutible el hecho de que los
planetas, las estrellas, no eran entidades muertas o girando al azar en el
espacio, sino que eran cuerpos vivos sujetos a leyes y a evolución,
cuerpos que encerraban espíritus de la misma manera que el hombre lo hace,
por esta continua relación entre el Macrocosmos y el Microcosmos.
De allí que se insistiese en la comprensión por parte del hombre de su
propia entidad espiritual para poder luego reconocer otras entidades
espirituales que animan la Naturaleza. Por ello se hablaba de dioses de
los elementos y, mucho más todavía, se reconocía que estos cuatro
elementos principales se dividían muchas veces más: siete a la séptima
cada uno de ellos. Surgiendo así infinidad de sub-elementos, regidos por
aquello que los antiguos han dado en llamar «elementales», palabra que
muchas veces no entendemos, pero que significa tan sólo estas entidades
que rigen los pequeños elementos, los sub-elementos, las divisiones de los
elementos. Cuando hablamos del fuego, agua, aire y tierra que conocemos a
diario, no hacemos más que hablar que subdivisiones del elemento Tierra.
El Fuego es el elemento que ha motivado los símbolos más destacados de
todas las religiones, no sólo a nivel de deidades o entidades que
representan Fuego, sino aún a nivel de construcción de templos.
Por ejemplo, las pirámides: todas las construcciones que revisten la
típica configuración de un cuadrado asentado en la tierra, de los
triángulos que se elevan como llamas, y que coinciden en un punto final,
son templos dedicados al Fuego. La misma palabra «pirámide» que
utilizamos, encierra en su raíz pir el concepto Fuego. Es el templo
elevado hacia aquello que, estando en la parte más alta, sin embargo
contiene a todo lo demás, y a lo que siempre se le ha dado -simbólicamente
hablando- más importancia que a todo lo demás.
Es de remarcar cómo en todas las civilizaciones, los dioses que se
referían al Fuego han asumido vital importancia. Es más: hay que entender
que no se trata tan sólo de un fuego físico.
Los alquimistas nos hablan de los cuatro elementos en relación: el Fuego
con el Oro, el Aire con la Plata, el Agua con el Mercurio y la Tierra con
el Plomo. Y sumamente interesante es asimismo la unión que hacen de estos
cuatro elementos cósmicos con cuatro elementos o cuatro cualidades
psicológicas encerradas en el ser humano: el Fuego relacionado con el
Saber, el Aire con el Osar, el Agua con el Querer y la Tierra con el
Callar. Veamos brevemente qué es lo que nos quieren decir los alquimistas.
Si el Fuego es mente, posibilidad de pensamiento, de trabajo con las
ideas, de captación, el Fuego indudablemente supone Sabiduría. Así, Fuego
es Saber y Saber es la culminación del Hombre.
Aire es igual a Osar. Es esa capacidad de coraje con la cual hemos de
ayudar al conocimiento; es algo más que fuerza, es impulso, es fe. Osar,
precisamente, es no conocer el miedo, es lanzarse porque hay que llegar a
la Sabiduría.
El Agua es Querer; es decir, para poder ser valiente y sabio, primero hay
que querer verdaderamente. No es tan simple como pueda parecer: estamos
acostumbrados a decir: «quiero irme de vacaciones», «quiero ver una
película», el querer se ha transformado en una palabra de poco contenido,
por consiguiente, refleja poca voluntad de realización. Pero este querer
es mucho más hondo, viene desde la raíz íntima del hombre. Y este querer
se dirige hacia los destinos últimos del hombre.
Y el elemento Tierra equivale a Callar. El primer paso del camino es el
silencio. Es lo que tanto nos llama la atención sobre todas las
civilizaciones antiguas para las que los grandes conocimientos estaban
encerrados dentro del conjunto del Esoterismo. ¿Por qué esotérico? ¿Por
qué cerrado? ¿Por qué guardado? Porque, si no se calla, es muy difícil
querer; si no hay silencio, es muy difícil osar, es muy difícil saber.
Quienes fueron profundos conocedores del alma humana -por ejemplo,
Pitágoras-, hacían que sus discípulos permaneciesen cinco años de
silencio: es el citado grado acusmático de la escuela pitagórica. ¿Era ese
silencio una tortura? Ese silencio era el instrumento indispensable para
que el discípulo aprendiese algo fundamental: a escuchar; no sólo a
escuchar afuera; a escucharse, estar tranquilo, a apagar el torbellino
interno que siempre quiere más sin saber muy bien ni lo que quiere.
Hoy cuando intentamos aprender algo, primero actúa la crítica, después el
conocimiento; primero «por qué» y «cómo me lo van a demostrar», «cómo es
esto y cómo es lo otro». Hay tanta palabrería interior que es casi
imposible llegar a nada concreto. De ahí que todas las escuelas antiguas
conociesen el maravilloso secreto del silencio, de aprender primero y
después todo lo demás.
Este es el silencio con el que se envolvían las enseñanzas profundas, no
para esconderlas, simplemente para guardarlas y protegerlas de quienes, no
entendiéndolas, ni sabiéndolas aplicar, hiciesen de ellas un uso malo y
pernicioso.
Muchos quieren y queremos -¿por qué no?- trabajar con estas enseñanzas,
aún sin estar seguros. El peligro no está en nuestra curiosidad; el
peligro está en que, estando estas cosas sometidas a leyes o procesos
naturales, al no saber, cometamos graves errores, grandes daños para
nosotros o para los demás. De ahí que el silencio haya sido tan sólo un
método de resguardo, de protección; no por maldad; al contrario, por
enorme compasión.
Por eso el Esoterismo, el cierre con que se guardaban los conocimientos; y
de ahí el que muchas veces, como nos pasa hoy mismo, notemos que son pocas
las palabras, pocas las expresiones para poder referirnos a estos temas
que no estamos acostumbrados a tratar, temas que, al no ser de manejo
diario, parece como si se nos escapasen de la mano.
Mas los antiguos, hábiles esoteristas, nos dejaron una llave, una manera
de abrir su puerta cerrada, de penetrar en su silencio: los símbolos.
Estos símbolos constituyen un lenguaje universal al cual todos los hombres
tienen acceso, hablen el idioma que hablen.
Cuando queremos guardar o cercar algo, nuestros símbolos de expresión son
mínimos, son sencillos, los comprendemos. Pero la Naturaleza encierra
también grandes símbolos; los conocimientos están normalmente encerrados
detrás de grandes símbolos. Y los cuatro elementos guardan grandes claves
de interpretación que pueden aplicarse, tanto al Cosmos como al hombre,
tanto a lo grande como a lo pequeño.
A mi me ha parecido un articulillo interesante,si no lo es,disculpad por poner un pestiño.Buena Luna a todos y todas y que tengais un buen esbat.
Fearr Nion Gealach,fearr sogil
De: Ãuryn- Enviado: 23/02/2005 13:12
Un texto interesante... de hecho, estaba buscando cosas de este estilo, para ver las diferentes visiones que han habido de los elementos, porque he estado meditando sobre ellos y he descubierto que la concepción que yo tengo de los elementos, en algunas cosas sí, pero no siempre se corresponde con la que se suele conocer.
Ã?sta me ha resultado curiosa por las asociaciones que hace:
el Fuego como
mente, el Aire como sentimiento, el Agua como vitalidad, la Tierra como
cuerpo.
No es lo habitual, pero también tiene sentido. Eso es lo que me interesa, es decir, diferentes perspectivas de los elementos y de las relaciones entre ellos.
Como siempre, gracias por compartir con nosotros estos textos... ya ni siquiera tengo que pedírtelos, ¡me los pones antes!
De: BrinanSaiwala Enviado: 24/02/2005 13:39
.Je je,pues si,parece que compartimos los mismos intereses.Pero yo encantada de que te guste, ya sabeis que me gusta compartir lo que considero interesante.
!Y FELIZ ESBAT A TODOS/AS!
Fearr Nion Gealach,fear sogil
De: RebeccahWoolcot Enviado: 24/02/2005 16:49
Hay una cancioncilla por ahi que dice:
Tierra es mi Cuerpo
Agua, mi Sangre
Aire es mi aliento
y
Fuego mi Espíritu.
Cada cual con sus interpretaciones, eh?
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