09-11-2007, 07:38 PM
Poder autoridad y obediencia
Cuando se habla de la obediencia inevitablemente se debe hacer referencia a dos fenómenos que han generado mucho interés en el área de la psicología social: el poder y la autoridad. Sin poder y sin autoridad no se generaría la obediencia. Russell (1949) menciona que desde el momento en que existía una organización de gobierno, algunos hombres tenían más poder que otros y se ejercía el derecho de castigar a quienes desobedecieran: surgían las figuras de autoridad.
El estudio y definición tanto del poder (Cartwright, 1959; Homans, 1987) y la autoridad (Friedman, 1990) han generado mucha controversia y falta de consenso al respecto.
Tradicionalmente, el poder se ha definido como la potencialidad de una persona para influir o controlar a otros dentro de un sistema (Cartwright, 1959; Goltz, 2003; Levinger, 1959; Raz, 1990b). Algunos autores han agregado a su definición que esta influencia se da a pesar de la resistencia de los influidos (Cohen, 1959; Weber, 1964). La autoridad se ha definido como el derecho legítimo de mandar y de ser obedecido (Friedman, 1990; Raz, 1990ª, 1990b; Wolff, 1990). De manera precisa, Raz (1990b) afirma que mientras el poder no es normativo y se refiere solo a la capacidad de hacer que otros hagan lo que uno desea, la autoridad sí lo es. Así (Levinger, 1959), el poder es un aspecto de una relación social informal basado en la capacidad de una persona para gratificar o privar de necesidades a otros, mientras que la autoridad es un aspecto de la estructura formal de un grupo basada en prescripciones de rol y fundadas en un sistema de normas de un grupo. Sin embargo, Levinger (1959) afirma que para mantener la autoridad en un grupo la figura de autoridad debe tener un mínimo de poder.
Wolff (1990) ejemplifica la diferencia entre tener poder y tener autoridad con la escena de un asalto. Si A asalta a B y le pide su cartera amagándolo con una pistola, B entregará su cartera ya que considerará que la amenaza es peor que la pérdida del dinero. Decimos que A tiene poder sobre B, pero difícilmente se podría decir que A tiene autoridad sobre B ya que A no tiene derecho de demandar a B su dinero. En cambio, plantea Wolff, cuando el gobierno solicita a B el pago de impuestos, aunque B no quiera hacerlo, debe cumplir con una obligación. Aunque B pueda evadir el pago de impuestos reconoce la autoridad que el gobierno tiene sobre él.
Según Milgram (1974) la obediencia es el mecanismo psicológico que liga a la acción individual con el propósito político. Este autor considera que la obediencia es el factor disposicional que une a los hombres a un sistema de autoridad y que cuando se dice que una persona obedece, significa que la acción que se lleva a cabo no corresponde a los motivos del actor, sino que se basa en los motivos de alguien que, jerárquicamente hablando, está más arriba que el actor. Weber (1964) por su parte, menciona que obedecer significa que la acción de una persona, la que obedece, se lleva a cabo como si el contenido del mandato se convirtiera en máxima de la conducta, sin tener en cuenta la opinión del que actúa sobre el valor del mandato como tal. Se podría decir, que los autores coinciden en el aspecto de que las opiniones del que obedece no son importantes, que hay un seguimiento no crítico de lo que se ordena. En este sentido, obedecer hace referencia a un seguimiento no cuestionado de lo que se ordena hacer. Según Milgram (1974) en un sistema de autoridad un mínimo de dos personas comparten las expectativas de que uno de ellos tiene el derecho de prescribir la conducta del otro (Milgram, 1974). En este sentido, en un sistema de autoridad, una de las partes ordena y la otra obedece.
A pesar de la relación que tienen estos tres fenómenos, cada uno de ellos, por separado, ha generado trabajos que evalúan su papel en la conducta de los individuos. Se han utilizado una gran variedad de procedimientos para su estudio y han surgido taxonomías de clasificación que idealmente deberían permitir el entendimiento y/o conocimiento de los factores que intervienen en su adquisición, mantenimiento e incluso en su eliminación. A continuación se expondrá el trabajo que se ha realizado en la psicología social tradicional con respecto a cada una de estas tres áreas y se analizará la relación entre ellas para abordar el conocimiento empírico-conceptual de la obediencia.
El poder.
Carthwright (1959) afirma que cuando se pregunta a un psicólogo acerca del poder, frecuentemente responde refiriendo a ciencias políticas, sociología, economía o haciendo referencia a valores personales. Homans (1987) llevó a cabo una revisión acerca de las distintas definiciones de este fenómeno, definiciones en el ámbito sociológico y psicológico, y concluyó que lo que ha sido definido en la literatura como poder son en realidad diferentes mecanismos psicológicos.
En cuanto a los procedimientos utilizados para estudiar éste y otros fenómenos sociales, Rangel (2003) menciona tres categorías para catalogar los procedimientos metodológicos que han sido utilizados en el área: 1) los procedimientos evaluativos que haciendo uso de instrumentos como cuestionarios o encuestas, obtienen datos que ubican la posición del fenómeno en un momento y en una población determinada; 2) los procedimientos tecnológicos que reportan experimentos en donde se trabaja con personas que presentan conductas indeseables relacionadas con el fenómeno de interés, en este caso, el poder, la autoridad y la obediencia, y que son expuestos a algún procedimiento terapéutico para que dejen de presentar este tipo de conductas, a la vez que incrementan la frecuencia de conductas deseables; y 3) procedimientos experimentales/observaciona-les cuyo interés reside en identificar los factores que intervienen en la adquisición, mantenimiento y eliminación de conductas que tienen que ver con el poder. Ningún procedimiento es mejor que otro, cada uno de ellos sirve a intereses distintos y en conjunto han permitido reunir datos que hacen posible entender un poco más los fenómenos psicológicos.
En el caso del estudio del poder, se puede observar una tendencia en la utilización de procedimientos evaluativos (Wolfe, 1959; Zander, Cohen y Stotland; 1959) y experimentales (Cohen, 1959; French y Snyder, 1959; Levinger, 1959; Rosen, 1959; Stotland, 1959) que no se apegan a una postura teórica específica.
Secord y Backman (1976) plantean una definición del poder social con base en el trabajo de French y Raven (1959), uno de los más representativos en el área:
" ...es el poder de la persona P sobre la persona O, es una función conjunta de su capacidad de afectar los resultados de la persona O con la relación a sus propios resultados. De esta manera mientras más control tenga P sobre los resultados de O y mientras menos adverso sea ese control sobre sus propios resultados, mayor será el poder que tiene sobre O. De manera más clara, si P le puede dar a O algo importante a un mínimo costo para P, o si puede utilizar presión con poco costo, es probable que tenga un gran poder sobre O" (p. 243).
Estos autores, al igual que Milgram (1974), afirman que el poder social no proviene directamente de las características personales del individuo poderoso, sino que depende de la relación entre los individuos y del lugar de la relación dentro del contexto de la estructura social, es decir, de su papel institucional.
A diferencia de lo que se ha venido planteando acerca del poder, Secord y Backman, señalan una diferencia entre el poder y la influencia. Mencionan que una persona puede tener un gran poder social pero nunca utilizarlo. Sin embargo, en este momento cabría preguntarse ¿qué persona no utiliza el poder que tiene una vez que sabe que lo tiene o una vez que los otros reconocen su poder? O ¿Acaso cuando una persona está ante un individuo con poder no cambia su conducta? Aún en la mínima medida en que una persona cambie su conducta debido a la presencia de alguien con poder, podría afirmarse que éste se estaría utilizando. Una posible interpretación de lo que afirman Secord y Backman es que aún cuando las personas tienen poder, lo que no utilizan posiblemente es la autoridad legítima o ilegítima que pudieran tener sobre otras personas.
Con respecto a las clasificaciones del poder, Russell (1949) menciona tres formas por medio de las cuales un hombre puede adquirir poder sobre otros. La primer forma es por la fuerza; la conquista militar producía frecuentemente en los conquistados una auténtica lealtad hacia sus dominadores. La segunda forma es por la propiedad de los medios de producción, que ejemplifica diciendo que desde los tiempos más remotos, quien gobernaba en el Nilo superior podía destruir la fertilidad del bajo Egipto, siendo este tipo de poder el más débil ya que los nuevos magnates no tienen ningún derecho tradicional o legítimo de superioridad. La tercera forma es por el prestigio, por carisma.
La clasificación que ha generado mayor trabajo en el área del poder es la de French y Raven (1959) que identificaron los principales tipos de poder y los definieron de manera que pudieran compararse de acuerdo a los cambios que cada uno de ellos producía. Propusieron una taxonomía con cinco tipos de poder no independientes y que pocas veces se encuentran como tales en las situaciones reales. Mencionan que la mayoría de los actos de influencia incluyen una combinación de varias clases. Sin embargo, afirman que la identificación de estas formas puras es una ayuda útil para entender el poder en las relaciones sociales.
La primera clase de poder es el de recompensa. Es el poder que es ejercido por O sobre P y está basado en la percepción de P de que O tiene la posibilidad de darle recompensas. De manera similar, una segunda clase de poder se llama poder coercitivo porque está basado en la percepción de P de que O puede castigarlo. El poder de recompensa tiene una propiedad que el poder coercitivo no tiene, que puede transformarse gradualmente en poder referente que está basado en la identificación. Este poder se basa en el grado en que P es atraído por O. El tercer tipo de poder es el legítimo de O sobre P que está basado en la aceptación de P de las normas internas y de los valores que dictan que O tiene un derecho legítimo para influir sobre P y que P tiene la obligación de aceptar esta influencia. Este tipo de poder en una organización formal es una relación entre oficios más que de personas: se acepta que O tiene autoridad porque tiene un oficio superior en la jerarquía. P puede considerar la legitimidad de los intentos de O para usar otros tipos de poder. En ciertos casos P considerará que O tiene el derecho legítimo para castigarlo; en otros no. En tales casos, la atracción de P por O disminuirá y el intento de influencia podrá generar mayor resistencia. Un punto interesante que sostienen Secord y Backman se refiere a la cantidad de poder legítimo que reside en la relación experimentador- sujeto, relacionándolo con la fuerza del poder que proviene de la posición institucionalizada del experimentador, demostrada dramáticamente por Milgram (1974). El poder referente se basa en la identificación de P con O. Si O es la persona hacia la cual P se siente atraída, P tendrá un deseo de estar asociada con O o de mantener la relación ya existente con éste. En esta medida P tratará de amoldar su comportamiento al de O, así el comportamiento de O estará influyendo en el comportamiento de P. Secord y Backman (1976) mencionan que el poder que se da entre padres e hijos sería un poder referente, mientras que el poder coercitivo es el que aplican los policías. Por otro lado, el poder referente puede ser negativo, y se da cuando O puede influir en P para que se comporte de manera opuesta a O. El quinto y último tipo de poder es el de experto, que está basado en la percepción de P de que O tiene algún conocimiento especial en una situación. Los reforzamientos obtenidos por P al reconocer el poder de experto de O incluyen sentimientos de confianza y seguridad de que la forma de acción que sigue es la correcta.
El grado en que están relacionados estos cinco poderes, es algo que no se ha estudiado en gran medida, pero que ciertamente es importante. Un fenómeno interesante que resalta la necesidad de probar empíricamente estas categorías, es el Síndrome de Estocolmo que manifiestan algunos prisioneros hacia sus captores, en el que después de un periodo de tiempo prolongado, las víctimas empiezan a reaccionar de manera emocionalmente positiva hacia los criminales, ayudándoles a evitar su aprehensión, incluso enamorándose de ellos (Baron y Byrne, 1982). Este fenómeno contradice lo que plantean French y Raven (1959) acerca de que el poder coercitivo no puede transformarse gradualmente en poder referente, basado en la identificación del influido con la persona que tiene el poder.
Haciendo una comparación entre las categorías de estas dos clasificaciones se puede observar que se habla de lo mismo en un diferente número de categorías. Russell habla del poder que te da la fuerza que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder coercitivo; Russell habla del poder que te da el tener la fuente de riqueza, los medios de producción que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder de recompensa, y por último, Russell habla del poder por el prestigio que te da el saber como hacer las cosas, que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder de experto. Los otros dos tipos de poder que mencionan French y Raven, el referente y el legítimo se pueden dar en cualquiera de los otros tres niveles. Por ejemplo alguien se puede sentir identificado (poder referente) con el que tiene prestigio, el que tiene la riqueza o el que tiene la fuerza. En cuanto al poder legítimo, se refiere al poder que está basado en el consenso y la aceptación de que una persona tiene el derecho para influir sobre otra, calificativo que se puede dar en los tres niveles. Si se lleva a cabo una revisión histórica acerca del porqué las personas que se reconocen con poder lo han adquirido, se podrá llegar a la conclusión de que ha sido por la fuerza (en el caso de revoluciones), porque se tenía la fuente de riqueza o porque se sabía cómo hacer las cosas.
La autoridad
La autoridad también ha sido un área polémica dentro de la psicología social (Friedman, 1990). Los procedimientos utilizados para estudiarla, en su mayoría, han sido evaluativos (Fuligni, 1998; Laupa, 1991; Laupa y Turiel,1993; Meyers, 1996; Smetana, 1995; Smetana y Bitz, 1996). No se encuentran fácilmente trabajos en los que, en lugar de hacer referencia a concepciones de los individuos, se observe su conducta ante situaciones en donde se manipule algún aspecto que tenga relación con la autoridad que un individuo ejerce sobre otro. Adams y Romney (1959) realizaron un análisis funcional de la autoridad, en donde la definen como el control conductual de una persona sobre otra.
Tradicionalmente se ha definido a la autoridad como el derecho legítimo de mandar y de ser obedecido (Friedman, 1990; Raz, 1990ª, 1990b; Wolff, 1990). Tener autoridad, menciona Raz (1990ª) es tener permiso de hacer algo que generalmente está prohibido y/o tener el derecho de otorgar ese permiso. Bajo esta definición se considera importante cuestionar si las personas que tienen autoridad en realidad pueden hacer lo que está prohibido. La autoridad política, según Raz (1990ª) es la que tiene el derecho de mandar, el derecho de hacer leyes y regulaciones, el derecho de mandar y castigar a otros cuando no hacen lo que se les ordena.
Un aspecto interesante que se plantea en la literatura sobre autoridad es la diferencia entre tener autoridad y utilizar la recompensa o el castigo para lograr que otros obedezcan. Razz (1990ª) y Russell (1949) coinciden en que la fuerza bruta por sí sola o cualquier cantidad de influencia o poder no es suficiente para constituir a una persona en una figura de autoridad. Un punto polémico en el área es que la autoridad, como un tipo peculiar de control que una persona ejerce sobre otros, se distingue de otros modos de influencia que generan cumplimiento, como el empleo de recompensas o castigos (Razz, 1990ª; Friedman, 1990). De hecho, autores como Friedman (1990) consideran que una persona recibe deferencia de otros porque reconocen y respetan su derecho legal para gobernar o por sus cualidades personales, así que si alguien es obedecido por miedo, prudencia o esperanza de recompensa, se podría considerar como un fracaso de la autoridad. Afirma que la autoridad debe ser obedecida por su solo derecho de mandar. Así, estos autores establecen una distinción entre coerción como un tipo de poder y la autoridad como el que tiene derecho de ser obedecido. Sin embargo, si nos remitimos a la vida real ¿podríamos encontrar casos de obediencia en donde tanto el miedo al castigo como la búsqueda de una recompensa no sean utilizados por una figura de autoridad? La mayoría de las veces actuamos ante la autoridad de un maestro por la obtención de una calificación aprobatoria o el miedo a una reprobatoria; ante la de nuestros padres por evitar los regaños, ¿Podemos decir que la autoridad fracasó si actuamos ante ella buscando recompensas o evitando castigos? El mismo Razz (1990b) afirma que el ejercicio del poder coercitivo no es ejercer autoridad; sin embargo, plantea que no hay duda alguna de que las autoridades deben y hacen uso tanto de las recompensas como del poder coercitivo.
Desde el ámbito sociológico, Weber (1964) habló de la autoridad llamándola dominación. La definió como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato determinado contenido entre personas dadas. Para Weber, un mínimo de interés en obedecer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad. La obediencia puede darse por la costumbre, por afecto, por intereses materiales o por motivos ideales (valores). A estos factores normalmente se le añade otro: la creencia en la legitimidad. Según sea la clase de legitimidad pretendida es fundamentalmente diferente el tipo de la obediencia, el cuadro administrativo destinado a garantizarla, así como el carácter que tome el ejercicio de la dominación y también sus efectos. Por eso, continúa Weber, parece adecuado distinguir las clases de dominación según sus pretensiones típicas de legitimidad: 1) de carácter racional: que descansa en la creencia de la legalidad de las órdenes y de los derechos de mando (autoridad legal); 2) de carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana de las tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad; y 3) de carácter carismático: que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las órdenes creadas o reveladas por ella. Según Weber en el caso de la autoridad legal se obedecen las órdenes impersonales y objetivas legalmente estatuidas y las personas por ellas designadas dentro del círculo de su competencia. En el caso de la autoridad tradicional se obedece a la persona llamada por la tradición, en el círculo de lo que es consuetudinario. En el caso de la autoridad carismática se obedece al caudillo carismáticamente calificado por razones de confianza personal en la revelación, heroicidad o ejemplaridad, dentro del círculo en que la fe en su carisma tiene validez. Weber afirma que el que ninguno de los tres tipos ideales acostumbre a darse puro en la realidad histórica, no debe impedir la fijación conceptual en la forma más pura posible de su construcción.
Weber (1964) consideró también la obediencia que se da ante una dominación ilegítima, es decir la que no está basada en el consenso, sino en la imposición unipersonal de una figura de autoridad. Afirmó que la obediencia a una dominación no siempre estaba orientada por la creencia en su legitimidad, ya que la adhesión puede fingirse por individuos y grupos enteros por razones de oportunidad, intereses materiales propios, o aceptarse como algo irremediable en virtud de debilidades individuales y de desvalimiento.
Resumiendo, el poder puede obtenerse por la fuerza, la riqueza, el prestigio (conocimiento) o por la combinación de ellos. Este poder puede ser legítimo o ilegítimo. El poder legítimo se refiere al poder que está basado en la aceptación por consenso de que una persona tiene el derecho de influir sobre otras, mientras que el poder ilegítimo se obtiene por imposición. Cuando se delega el poder en otros e incluso en uno mismo, se habla de autoridad. Esa autoridad es legítima cuando proviene de un poder legítimo y se establece de acuerdo a las normas establecidas en una estructura social; es autoridad ilegítima cuando proviene de un poder ilegítimo, es decir, un poder que se impone a otros. La autoridad, como lo planteó Weber (1964) se puede legitimar por aspectos racionales/ legales, por tradición o por carisma; la autoridad que es ilegítima depende de una decisión unipersonal.
La obediencia
¿Cómo se ha abordado la obediencia en la psicología social? ¿qué tipo de procedimientos han sido utilizados para estudiarla? ¿ cómo se ha definido teóricamente? Para su estudio se han utilizado procedimientos evaluativos (Lara Tapia, Gómez Alegría y Fuentes, 1992; Díaz Guerrero, 2000) y procedimientos tecnológicos (Ayala, Téllez y Gutiérrez, 1994; Ayala y Cols, 2001; Jones y Sloane, 1994; Richman y Cols, 1994; Yeager y Mclaughing, 1995; Marlon, Tinestrom, Olmi y Edwards, 1997; Robinson y Sheridan, 2000).
Con certeza, el estudio más completo y sistemático que se ha realizado sobre obediencia a la autoridad es experimental, y fue realizado por Stanley Milgram (1974). Consideraba que los hombres nacíamos con un potencial para obedecer y que este potencial interactuaba con la influencia de la sociedad para producir un hombre obediente. Explicó la obediencia desde la cibernética que definió como la ciencia de control. Según Milgram la cibernética responde a la pregunta de ¿qué cambios deben ocurrir en el diseño de un organismo que lo mueven de un funcionamiento autónomo a la capacidad de funcionamiento dentro de una organización? Y afirmó que la pregunta que se debía responder en la obediencia era ¿qué cambios ocurren cuando la acción autónoma de un individuo es integrada en una estructura social donde funciona como un componente de un sistema más que cómo un individuo por sí solo? De una manera simplificada, Milgram plantea que cuando una persona entra en un sistema de autoridad no sigue viéndose como alguien que se sale de sus propósitos, sino como un agente que ejecuta los deseos de otra persona y por ello ocurren alteraciones en su conducta y en su funcionamiento.
Según este autor para que una persona se transforme a un estado de agente, es decir, que ejecuta los deseos de otra persona sin cuestionamiento, y por lo tanto, obedezca, deben presentarse dos factores: 1) los antecedentes, como la familia, lo institucional, la escuela, etc., que nos han transmitido como funcionar dentro de un marco institucional, cómo la obediencia genera recompensas y la desobediencia genera castigos; y 2) los inmediatos, como la percepción de una autoridad legítima; entrar en un sistema de autoridad (reconocerla como tal); que haya una coherencia y coordinación de las órdenes con la función de la autoridad en la situación particular; una justificación ideológica del comportamiento que se manda lo que permite a la persona ver su conducta como sirviendo a un fin deseable.
Para evaluar experimentalmente la obediencia, Milgram (1974) informó a sus sujetos que tomarían parte en un experimento sobre los efectos del castigo en el aprendizaje y la memoria. Los participantes debían administrar choques eléctricos a un sujeto confederado cada vez que éste cometiera errores en una tarea de aprendizaje simple. Los sujetos cada vez tendrían que administrar choques más fuertes, hasta llegar a los 450 volts. Cabe aclarar que el único choque real era de 45 volts y se administraba a los sujetos para convencerlos de que el estudio era verdadero. Los aprendices, que en realidad eran sujetos confederados, cometieron muchos errores, por lo que los sujetos rápidamente estuvieron en un dilema: seguir castigando o negarse a continuar, desafiando así las órdenes del experimentador y las reglas señaladas al principio de la situación. En los resultados, el 65% de los sujetos mostró total obediencia, es decir, el 65% de los sujetos administraron choques eléctricos hasta de supuestamente 450 volts al aprendiz. A pesar de que los sujetos protestaron y pidieron que terminara la sesión, siguieron administrando choques ante la insistencia del experimentador, aún ante las señales de dolor del sujeto confederado.
Este estudio fue sólo el primero de una serie de trabajos que Milgram llevó a cabo para analizar los factores que influían en el fenómeno de obediencia (ver apéndice 1), que denominó obediencia destructiva debido a que los sujetos actuaban amenazando la integridad física de otras personas, en este caso administrando choques eléctricos (Blass,1991).
Blass (1991) y Nissani (1990) reconocen que el trabajo de Milgram es una de las investigaciones más completas de la psicología social. Nissani, sin embargo, menciona que este trabajo es merecedor de dos críticas: 1) que la validez de estos estudios puede ser atribuida a la habilidad tanto del experimentador como del sujeto confederado para actuar y, por lo tanto, cabe la posibilidad de que los sujetos pudieran darse cuenta de la irrealidad de la situación, y 2) los sujetos creían que estaban participando en un estudio confiable y sabían que no dañarían a nadie, lo que fue mencionado por algunos sujetos. Señala que para que un estudio de esta naturaleza funcionara, los sujetos tendrían que haber cambiado su opinión sobre las situaciones experimentales. Además señala que se deben considerar las cuestiones éticas que surgen a partir de este tipo de experimentación.
Es importante mencionar que la mayoría de los estudios de tipo observacional/ experimental sobre la obediencia, son replicaciones o variaciones de los experimentos llevados a cabo por Milgram y que por lo tanto pueden ser objeto del mismo tipo de críticas que se mencionaron anteriormente (Blass, 1996, Brant, 1980; Shanab y Llanilla, 1978 en Blass, 1991).
Siguiendo con la definición de la obediencia que da Weber (1964), obedecer significa que la acción de una persona, la que obedece, transcurre como si el contenido del mandato se hubiera convertido, por sí mismo, en máxima de su conducta, sin tener en cuenta la propia opinión sobre el valor o desvalor del mandato como tal. En este sentido Milgram (1974) concuerda con lo que Weber afirma acerca de que las opiniones del que obedece no son importantes, sino que hay un seguimiento no crítico de lo que se ordena; en este sentido, obedecer quiere decir que no se cuestiona lo que se ordena. La obediencia es un seguimiento no cuestionado. Wolff (1990) a diferencia de Milgram (1974) considera que, aún bajo la obediencia, el actor es responsable de sus actos.
Más recientemente, Baron y Byrne (1982) definieron la obediencia como la técnica más directa que una persona puede usar para modificar la conducta de otro: simplemente ordenarle que obedezca. Estos autores coinciden con los anteriores en la importancia de la figura de autoridad en la situación. Sin embargo, agregan un componente: la habilidad que posee la autoridad para administrar castigos fuertes a quienes desobedezcan, castigos que pueden o no ser explícitamente expresados. Como ya lo mencionó Razz (1990b), el ejercicio del poder coercitivo no es ejercer autoridad; sin embargo, plantea que no hay duda alguna de que las autoridades deben y hacen uso tanto de las recompensas como del poder coercitivo.
Cuando se habla de la obediencia inevitablemente se debe hacer referencia a dos fenómenos que han generado mucho interés en el área de la psicología social: el poder y la autoridad. Sin poder y sin autoridad no se generaría la obediencia. Russell (1949) menciona que desde el momento en que existía una organización de gobierno, algunos hombres tenían más poder que otros y se ejercía el derecho de castigar a quienes desobedecieran: surgían las figuras de autoridad.
El estudio y definición tanto del poder (Cartwright, 1959; Homans, 1987) y la autoridad (Friedman, 1990) han generado mucha controversia y falta de consenso al respecto.
Tradicionalmente, el poder se ha definido como la potencialidad de una persona para influir o controlar a otros dentro de un sistema (Cartwright, 1959; Goltz, 2003; Levinger, 1959; Raz, 1990b). Algunos autores han agregado a su definición que esta influencia se da a pesar de la resistencia de los influidos (Cohen, 1959; Weber, 1964). La autoridad se ha definido como el derecho legítimo de mandar y de ser obedecido (Friedman, 1990; Raz, 1990ª, 1990b; Wolff, 1990). De manera precisa, Raz (1990b) afirma que mientras el poder no es normativo y se refiere solo a la capacidad de hacer que otros hagan lo que uno desea, la autoridad sí lo es. Así (Levinger, 1959), el poder es un aspecto de una relación social informal basado en la capacidad de una persona para gratificar o privar de necesidades a otros, mientras que la autoridad es un aspecto de la estructura formal de un grupo basada en prescripciones de rol y fundadas en un sistema de normas de un grupo. Sin embargo, Levinger (1959) afirma que para mantener la autoridad en un grupo la figura de autoridad debe tener un mínimo de poder.
Wolff (1990) ejemplifica la diferencia entre tener poder y tener autoridad con la escena de un asalto. Si A asalta a B y le pide su cartera amagándolo con una pistola, B entregará su cartera ya que considerará que la amenaza es peor que la pérdida del dinero. Decimos que A tiene poder sobre B, pero difícilmente se podría decir que A tiene autoridad sobre B ya que A no tiene derecho de demandar a B su dinero. En cambio, plantea Wolff, cuando el gobierno solicita a B el pago de impuestos, aunque B no quiera hacerlo, debe cumplir con una obligación. Aunque B pueda evadir el pago de impuestos reconoce la autoridad que el gobierno tiene sobre él.
Según Milgram (1974) la obediencia es el mecanismo psicológico que liga a la acción individual con el propósito político. Este autor considera que la obediencia es el factor disposicional que une a los hombres a un sistema de autoridad y que cuando se dice que una persona obedece, significa que la acción que se lleva a cabo no corresponde a los motivos del actor, sino que se basa en los motivos de alguien que, jerárquicamente hablando, está más arriba que el actor. Weber (1964) por su parte, menciona que obedecer significa que la acción de una persona, la que obedece, se lleva a cabo como si el contenido del mandato se convirtiera en máxima de la conducta, sin tener en cuenta la opinión del que actúa sobre el valor del mandato como tal. Se podría decir, que los autores coinciden en el aspecto de que las opiniones del que obedece no son importantes, que hay un seguimiento no crítico de lo que se ordena. En este sentido, obedecer hace referencia a un seguimiento no cuestionado de lo que se ordena hacer. Según Milgram (1974) en un sistema de autoridad un mínimo de dos personas comparten las expectativas de que uno de ellos tiene el derecho de prescribir la conducta del otro (Milgram, 1974). En este sentido, en un sistema de autoridad, una de las partes ordena y la otra obedece.
A pesar de la relación que tienen estos tres fenómenos, cada uno de ellos, por separado, ha generado trabajos que evalúan su papel en la conducta de los individuos. Se han utilizado una gran variedad de procedimientos para su estudio y han surgido taxonomías de clasificación que idealmente deberían permitir el entendimiento y/o conocimiento de los factores que intervienen en su adquisición, mantenimiento e incluso en su eliminación. A continuación se expondrá el trabajo que se ha realizado en la psicología social tradicional con respecto a cada una de estas tres áreas y se analizará la relación entre ellas para abordar el conocimiento empírico-conceptual de la obediencia.
El poder.
Carthwright (1959) afirma que cuando se pregunta a un psicólogo acerca del poder, frecuentemente responde refiriendo a ciencias políticas, sociología, economía o haciendo referencia a valores personales. Homans (1987) llevó a cabo una revisión acerca de las distintas definiciones de este fenómeno, definiciones en el ámbito sociológico y psicológico, y concluyó que lo que ha sido definido en la literatura como poder son en realidad diferentes mecanismos psicológicos.
En cuanto a los procedimientos utilizados para estudiar éste y otros fenómenos sociales, Rangel (2003) menciona tres categorías para catalogar los procedimientos metodológicos que han sido utilizados en el área: 1) los procedimientos evaluativos que haciendo uso de instrumentos como cuestionarios o encuestas, obtienen datos que ubican la posición del fenómeno en un momento y en una población determinada; 2) los procedimientos tecnológicos que reportan experimentos en donde se trabaja con personas que presentan conductas indeseables relacionadas con el fenómeno de interés, en este caso, el poder, la autoridad y la obediencia, y que son expuestos a algún procedimiento terapéutico para que dejen de presentar este tipo de conductas, a la vez que incrementan la frecuencia de conductas deseables; y 3) procedimientos experimentales/observaciona-les cuyo interés reside en identificar los factores que intervienen en la adquisición, mantenimiento y eliminación de conductas que tienen que ver con el poder. Ningún procedimiento es mejor que otro, cada uno de ellos sirve a intereses distintos y en conjunto han permitido reunir datos que hacen posible entender un poco más los fenómenos psicológicos.
En el caso del estudio del poder, se puede observar una tendencia en la utilización de procedimientos evaluativos (Wolfe, 1959; Zander, Cohen y Stotland; 1959) y experimentales (Cohen, 1959; French y Snyder, 1959; Levinger, 1959; Rosen, 1959; Stotland, 1959) que no se apegan a una postura teórica específica.
Secord y Backman (1976) plantean una definición del poder social con base en el trabajo de French y Raven (1959), uno de los más representativos en el área:
" ...es el poder de la persona P sobre la persona O, es una función conjunta de su capacidad de afectar los resultados de la persona O con la relación a sus propios resultados. De esta manera mientras más control tenga P sobre los resultados de O y mientras menos adverso sea ese control sobre sus propios resultados, mayor será el poder que tiene sobre O. De manera más clara, si P le puede dar a O algo importante a un mínimo costo para P, o si puede utilizar presión con poco costo, es probable que tenga un gran poder sobre O" (p. 243).
Estos autores, al igual que Milgram (1974), afirman que el poder social no proviene directamente de las características personales del individuo poderoso, sino que depende de la relación entre los individuos y del lugar de la relación dentro del contexto de la estructura social, es decir, de su papel institucional.
A diferencia de lo que se ha venido planteando acerca del poder, Secord y Backman, señalan una diferencia entre el poder y la influencia. Mencionan que una persona puede tener un gran poder social pero nunca utilizarlo. Sin embargo, en este momento cabría preguntarse ¿qué persona no utiliza el poder que tiene una vez que sabe que lo tiene o una vez que los otros reconocen su poder? O ¿Acaso cuando una persona está ante un individuo con poder no cambia su conducta? Aún en la mínima medida en que una persona cambie su conducta debido a la presencia de alguien con poder, podría afirmarse que éste se estaría utilizando. Una posible interpretación de lo que afirman Secord y Backman es que aún cuando las personas tienen poder, lo que no utilizan posiblemente es la autoridad legítima o ilegítima que pudieran tener sobre otras personas.
Con respecto a las clasificaciones del poder, Russell (1949) menciona tres formas por medio de las cuales un hombre puede adquirir poder sobre otros. La primer forma es por la fuerza; la conquista militar producía frecuentemente en los conquistados una auténtica lealtad hacia sus dominadores. La segunda forma es por la propiedad de los medios de producción, que ejemplifica diciendo que desde los tiempos más remotos, quien gobernaba en el Nilo superior podía destruir la fertilidad del bajo Egipto, siendo este tipo de poder el más débil ya que los nuevos magnates no tienen ningún derecho tradicional o legítimo de superioridad. La tercera forma es por el prestigio, por carisma.
La clasificación que ha generado mayor trabajo en el área del poder es la de French y Raven (1959) que identificaron los principales tipos de poder y los definieron de manera que pudieran compararse de acuerdo a los cambios que cada uno de ellos producía. Propusieron una taxonomía con cinco tipos de poder no independientes y que pocas veces se encuentran como tales en las situaciones reales. Mencionan que la mayoría de los actos de influencia incluyen una combinación de varias clases. Sin embargo, afirman que la identificación de estas formas puras es una ayuda útil para entender el poder en las relaciones sociales.
La primera clase de poder es el de recompensa. Es el poder que es ejercido por O sobre P y está basado en la percepción de P de que O tiene la posibilidad de darle recompensas. De manera similar, una segunda clase de poder se llama poder coercitivo porque está basado en la percepción de P de que O puede castigarlo. El poder de recompensa tiene una propiedad que el poder coercitivo no tiene, que puede transformarse gradualmente en poder referente que está basado en la identificación. Este poder se basa en el grado en que P es atraído por O. El tercer tipo de poder es el legítimo de O sobre P que está basado en la aceptación de P de las normas internas y de los valores que dictan que O tiene un derecho legítimo para influir sobre P y que P tiene la obligación de aceptar esta influencia. Este tipo de poder en una organización formal es una relación entre oficios más que de personas: se acepta que O tiene autoridad porque tiene un oficio superior en la jerarquía. P puede considerar la legitimidad de los intentos de O para usar otros tipos de poder. En ciertos casos P considerará que O tiene el derecho legítimo para castigarlo; en otros no. En tales casos, la atracción de P por O disminuirá y el intento de influencia podrá generar mayor resistencia. Un punto interesante que sostienen Secord y Backman se refiere a la cantidad de poder legítimo que reside en la relación experimentador- sujeto, relacionándolo con la fuerza del poder que proviene de la posición institucionalizada del experimentador, demostrada dramáticamente por Milgram (1974). El poder referente se basa en la identificación de P con O. Si O es la persona hacia la cual P se siente atraída, P tendrá un deseo de estar asociada con O o de mantener la relación ya existente con éste. En esta medida P tratará de amoldar su comportamiento al de O, así el comportamiento de O estará influyendo en el comportamiento de P. Secord y Backman (1976) mencionan que el poder que se da entre padres e hijos sería un poder referente, mientras que el poder coercitivo es el que aplican los policías. Por otro lado, el poder referente puede ser negativo, y se da cuando O puede influir en P para que se comporte de manera opuesta a O. El quinto y último tipo de poder es el de experto, que está basado en la percepción de P de que O tiene algún conocimiento especial en una situación. Los reforzamientos obtenidos por P al reconocer el poder de experto de O incluyen sentimientos de confianza y seguridad de que la forma de acción que sigue es la correcta.
El grado en que están relacionados estos cinco poderes, es algo que no se ha estudiado en gran medida, pero que ciertamente es importante. Un fenómeno interesante que resalta la necesidad de probar empíricamente estas categorías, es el Síndrome de Estocolmo que manifiestan algunos prisioneros hacia sus captores, en el que después de un periodo de tiempo prolongado, las víctimas empiezan a reaccionar de manera emocionalmente positiva hacia los criminales, ayudándoles a evitar su aprehensión, incluso enamorándose de ellos (Baron y Byrne, 1982). Este fenómeno contradice lo que plantean French y Raven (1959) acerca de que el poder coercitivo no puede transformarse gradualmente en poder referente, basado en la identificación del influido con la persona que tiene el poder.
Haciendo una comparación entre las categorías de estas dos clasificaciones se puede observar que se habla de lo mismo en un diferente número de categorías. Russell habla del poder que te da la fuerza que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder coercitivo; Russell habla del poder que te da el tener la fuente de riqueza, los medios de producción que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder de recompensa, y por último, Russell habla del poder por el prestigio que te da el saber como hacer las cosas, que podría equivaler a lo que French y Raven llaman el poder de experto. Los otros dos tipos de poder que mencionan French y Raven, el referente y el legítimo se pueden dar en cualquiera de los otros tres niveles. Por ejemplo alguien se puede sentir identificado (poder referente) con el que tiene prestigio, el que tiene la riqueza o el que tiene la fuerza. En cuanto al poder legítimo, se refiere al poder que está basado en el consenso y la aceptación de que una persona tiene el derecho para influir sobre otra, calificativo que se puede dar en los tres niveles. Si se lleva a cabo una revisión histórica acerca del porqué las personas que se reconocen con poder lo han adquirido, se podrá llegar a la conclusión de que ha sido por la fuerza (en el caso de revoluciones), porque se tenía la fuente de riqueza o porque se sabía cómo hacer las cosas.
La autoridad
La autoridad también ha sido un área polémica dentro de la psicología social (Friedman, 1990). Los procedimientos utilizados para estudiarla, en su mayoría, han sido evaluativos (Fuligni, 1998; Laupa, 1991; Laupa y Turiel,1993; Meyers, 1996; Smetana, 1995; Smetana y Bitz, 1996). No se encuentran fácilmente trabajos en los que, en lugar de hacer referencia a concepciones de los individuos, se observe su conducta ante situaciones en donde se manipule algún aspecto que tenga relación con la autoridad que un individuo ejerce sobre otro. Adams y Romney (1959) realizaron un análisis funcional de la autoridad, en donde la definen como el control conductual de una persona sobre otra.
Tradicionalmente se ha definido a la autoridad como el derecho legítimo de mandar y de ser obedecido (Friedman, 1990; Raz, 1990ª, 1990b; Wolff, 1990). Tener autoridad, menciona Raz (1990ª) es tener permiso de hacer algo que generalmente está prohibido y/o tener el derecho de otorgar ese permiso. Bajo esta definición se considera importante cuestionar si las personas que tienen autoridad en realidad pueden hacer lo que está prohibido. La autoridad política, según Raz (1990ª) es la que tiene el derecho de mandar, el derecho de hacer leyes y regulaciones, el derecho de mandar y castigar a otros cuando no hacen lo que se les ordena.
Un aspecto interesante que se plantea en la literatura sobre autoridad es la diferencia entre tener autoridad y utilizar la recompensa o el castigo para lograr que otros obedezcan. Razz (1990ª) y Russell (1949) coinciden en que la fuerza bruta por sí sola o cualquier cantidad de influencia o poder no es suficiente para constituir a una persona en una figura de autoridad. Un punto polémico en el área es que la autoridad, como un tipo peculiar de control que una persona ejerce sobre otros, se distingue de otros modos de influencia que generan cumplimiento, como el empleo de recompensas o castigos (Razz, 1990ª; Friedman, 1990). De hecho, autores como Friedman (1990) consideran que una persona recibe deferencia de otros porque reconocen y respetan su derecho legal para gobernar o por sus cualidades personales, así que si alguien es obedecido por miedo, prudencia o esperanza de recompensa, se podría considerar como un fracaso de la autoridad. Afirma que la autoridad debe ser obedecida por su solo derecho de mandar. Así, estos autores establecen una distinción entre coerción como un tipo de poder y la autoridad como el que tiene derecho de ser obedecido. Sin embargo, si nos remitimos a la vida real ¿podríamos encontrar casos de obediencia en donde tanto el miedo al castigo como la búsqueda de una recompensa no sean utilizados por una figura de autoridad? La mayoría de las veces actuamos ante la autoridad de un maestro por la obtención de una calificación aprobatoria o el miedo a una reprobatoria; ante la de nuestros padres por evitar los regaños, ¿Podemos decir que la autoridad fracasó si actuamos ante ella buscando recompensas o evitando castigos? El mismo Razz (1990b) afirma que el ejercicio del poder coercitivo no es ejercer autoridad; sin embargo, plantea que no hay duda alguna de que las autoridades deben y hacen uso tanto de las recompensas como del poder coercitivo.
Desde el ámbito sociológico, Weber (1964) habló de la autoridad llamándola dominación. La definió como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato determinado contenido entre personas dadas. Para Weber, un mínimo de interés en obedecer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad. La obediencia puede darse por la costumbre, por afecto, por intereses materiales o por motivos ideales (valores). A estos factores normalmente se le añade otro: la creencia en la legitimidad. Según sea la clase de legitimidad pretendida es fundamentalmente diferente el tipo de la obediencia, el cuadro administrativo destinado a garantizarla, así como el carácter que tome el ejercicio de la dominación y también sus efectos. Por eso, continúa Weber, parece adecuado distinguir las clases de dominación según sus pretensiones típicas de legitimidad: 1) de carácter racional: que descansa en la creencia de la legalidad de las órdenes y de los derechos de mando (autoridad legal); 2) de carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana de las tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad; y 3) de carácter carismático: que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las órdenes creadas o reveladas por ella. Según Weber en el caso de la autoridad legal se obedecen las órdenes impersonales y objetivas legalmente estatuidas y las personas por ellas designadas dentro del círculo de su competencia. En el caso de la autoridad tradicional se obedece a la persona llamada por la tradición, en el círculo de lo que es consuetudinario. En el caso de la autoridad carismática se obedece al caudillo carismáticamente calificado por razones de confianza personal en la revelación, heroicidad o ejemplaridad, dentro del círculo en que la fe en su carisma tiene validez. Weber afirma que el que ninguno de los tres tipos ideales acostumbre a darse puro en la realidad histórica, no debe impedir la fijación conceptual en la forma más pura posible de su construcción.
Weber (1964) consideró también la obediencia que se da ante una dominación ilegítima, es decir la que no está basada en el consenso, sino en la imposición unipersonal de una figura de autoridad. Afirmó que la obediencia a una dominación no siempre estaba orientada por la creencia en su legitimidad, ya que la adhesión puede fingirse por individuos y grupos enteros por razones de oportunidad, intereses materiales propios, o aceptarse como algo irremediable en virtud de debilidades individuales y de desvalimiento.
Resumiendo, el poder puede obtenerse por la fuerza, la riqueza, el prestigio (conocimiento) o por la combinación de ellos. Este poder puede ser legítimo o ilegítimo. El poder legítimo se refiere al poder que está basado en la aceptación por consenso de que una persona tiene el derecho de influir sobre otras, mientras que el poder ilegítimo se obtiene por imposición. Cuando se delega el poder en otros e incluso en uno mismo, se habla de autoridad. Esa autoridad es legítima cuando proviene de un poder legítimo y se establece de acuerdo a las normas establecidas en una estructura social; es autoridad ilegítima cuando proviene de un poder ilegítimo, es decir, un poder que se impone a otros. La autoridad, como lo planteó Weber (1964) se puede legitimar por aspectos racionales/ legales, por tradición o por carisma; la autoridad que es ilegítima depende de una decisión unipersonal.
La obediencia
¿Cómo se ha abordado la obediencia en la psicología social? ¿qué tipo de procedimientos han sido utilizados para estudiarla? ¿ cómo se ha definido teóricamente? Para su estudio se han utilizado procedimientos evaluativos (Lara Tapia, Gómez Alegría y Fuentes, 1992; Díaz Guerrero, 2000) y procedimientos tecnológicos (Ayala, Téllez y Gutiérrez, 1994; Ayala y Cols, 2001; Jones y Sloane, 1994; Richman y Cols, 1994; Yeager y Mclaughing, 1995; Marlon, Tinestrom, Olmi y Edwards, 1997; Robinson y Sheridan, 2000).
Con certeza, el estudio más completo y sistemático que se ha realizado sobre obediencia a la autoridad es experimental, y fue realizado por Stanley Milgram (1974). Consideraba que los hombres nacíamos con un potencial para obedecer y que este potencial interactuaba con la influencia de la sociedad para producir un hombre obediente. Explicó la obediencia desde la cibernética que definió como la ciencia de control. Según Milgram la cibernética responde a la pregunta de ¿qué cambios deben ocurrir en el diseño de un organismo que lo mueven de un funcionamiento autónomo a la capacidad de funcionamiento dentro de una organización? Y afirmó que la pregunta que se debía responder en la obediencia era ¿qué cambios ocurren cuando la acción autónoma de un individuo es integrada en una estructura social donde funciona como un componente de un sistema más que cómo un individuo por sí solo? De una manera simplificada, Milgram plantea que cuando una persona entra en un sistema de autoridad no sigue viéndose como alguien que se sale de sus propósitos, sino como un agente que ejecuta los deseos de otra persona y por ello ocurren alteraciones en su conducta y en su funcionamiento.
Según este autor para que una persona se transforme a un estado de agente, es decir, que ejecuta los deseos de otra persona sin cuestionamiento, y por lo tanto, obedezca, deben presentarse dos factores: 1) los antecedentes, como la familia, lo institucional, la escuela, etc., que nos han transmitido como funcionar dentro de un marco institucional, cómo la obediencia genera recompensas y la desobediencia genera castigos; y 2) los inmediatos, como la percepción de una autoridad legítima; entrar en un sistema de autoridad (reconocerla como tal); que haya una coherencia y coordinación de las órdenes con la función de la autoridad en la situación particular; una justificación ideológica del comportamiento que se manda lo que permite a la persona ver su conducta como sirviendo a un fin deseable.
Para evaluar experimentalmente la obediencia, Milgram (1974) informó a sus sujetos que tomarían parte en un experimento sobre los efectos del castigo en el aprendizaje y la memoria. Los participantes debían administrar choques eléctricos a un sujeto confederado cada vez que éste cometiera errores en una tarea de aprendizaje simple. Los sujetos cada vez tendrían que administrar choques más fuertes, hasta llegar a los 450 volts. Cabe aclarar que el único choque real era de 45 volts y se administraba a los sujetos para convencerlos de que el estudio era verdadero. Los aprendices, que en realidad eran sujetos confederados, cometieron muchos errores, por lo que los sujetos rápidamente estuvieron en un dilema: seguir castigando o negarse a continuar, desafiando así las órdenes del experimentador y las reglas señaladas al principio de la situación. En los resultados, el 65% de los sujetos mostró total obediencia, es decir, el 65% de los sujetos administraron choques eléctricos hasta de supuestamente 450 volts al aprendiz. A pesar de que los sujetos protestaron y pidieron que terminara la sesión, siguieron administrando choques ante la insistencia del experimentador, aún ante las señales de dolor del sujeto confederado.
Este estudio fue sólo el primero de una serie de trabajos que Milgram llevó a cabo para analizar los factores que influían en el fenómeno de obediencia (ver apéndice 1), que denominó obediencia destructiva debido a que los sujetos actuaban amenazando la integridad física de otras personas, en este caso administrando choques eléctricos (Blass,1991).
Blass (1991) y Nissani (1990) reconocen que el trabajo de Milgram es una de las investigaciones más completas de la psicología social. Nissani, sin embargo, menciona que este trabajo es merecedor de dos críticas: 1) que la validez de estos estudios puede ser atribuida a la habilidad tanto del experimentador como del sujeto confederado para actuar y, por lo tanto, cabe la posibilidad de que los sujetos pudieran darse cuenta de la irrealidad de la situación, y 2) los sujetos creían que estaban participando en un estudio confiable y sabían que no dañarían a nadie, lo que fue mencionado por algunos sujetos. Señala que para que un estudio de esta naturaleza funcionara, los sujetos tendrían que haber cambiado su opinión sobre las situaciones experimentales. Además señala que se deben considerar las cuestiones éticas que surgen a partir de este tipo de experimentación.
Es importante mencionar que la mayoría de los estudios de tipo observacional/ experimental sobre la obediencia, son replicaciones o variaciones de los experimentos llevados a cabo por Milgram y que por lo tanto pueden ser objeto del mismo tipo de críticas que se mencionaron anteriormente (Blass, 1996, Brant, 1980; Shanab y Llanilla, 1978 en Blass, 1991).
Siguiendo con la definición de la obediencia que da Weber (1964), obedecer significa que la acción de una persona, la que obedece, transcurre como si el contenido del mandato se hubiera convertido, por sí mismo, en máxima de su conducta, sin tener en cuenta la propia opinión sobre el valor o desvalor del mandato como tal. En este sentido Milgram (1974) concuerda con lo que Weber afirma acerca de que las opiniones del que obedece no son importantes, sino que hay un seguimiento no crítico de lo que se ordena; en este sentido, obedecer quiere decir que no se cuestiona lo que se ordena. La obediencia es un seguimiento no cuestionado. Wolff (1990) a diferencia de Milgram (1974) considera que, aún bajo la obediencia, el actor es responsable de sus actos.
Más recientemente, Baron y Byrne (1982) definieron la obediencia como la técnica más directa que una persona puede usar para modificar la conducta de otro: simplemente ordenarle que obedezca. Estos autores coinciden con los anteriores en la importancia de la figura de autoridad en la situación. Sin embargo, agregan un componente: la habilidad que posee la autoridad para administrar castigos fuertes a quienes desobedezcan, castigos que pueden o no ser explícitamente expresados. Como ya lo mencionó Razz (1990b), el ejercicio del poder coercitivo no es ejercer autoridad; sin embargo, plantea que no hay duda alguna de que las autoridades deben y hacen uso tanto de las recompensas como del poder coercitivo.
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